

A menudo nos encontramos en
situaciones que nos hacen pensar; puede que sea el poder de la imaginación,
pues en según qué momento se despierta haciéndolo de tal manera que nos hace vivir unos momentos, quizás horas, que es
cuando se apodera de nosotros una intranquilidad no deseada, al ser algo que se
encuentra inherente en la naturaleza humana, pues sin apenas darnos cuenta
puede ponernos en una situación no buscada que hasta puede hacer alterar nuestro destino, efecto que parece
transformarnos mientras estamos viviendo esta situación, pero sin llegar a prever
que en cualquier instante una mañana cualquiera, puede cambiar el rumbo de
nuestras vidas.
Yo, para los que me conocen soy una
de esas personas las cuales se me puede definir de tener una imaginación
desbordante.
Transcurría una de tantas mañanas que
decidí acompañar a mi amiga al médico, pues no se encontraba bien; en estos
momentos en que cuento este relato, me encontraba en la sala de espera sola,
esperando que apareciera mi amiga después de que le hiciera la visita el
médico; de repente, y como si hubieran sido llamados apareció una ingente
multitud, tanto que aquella sala me pareció similar a la parada del autobús, todos esperaban ser llamados a consulta, uno
a uno todos fueron llamados entrando en
la sala de consulta, mientras tanto para mí la espera en soledad se me estaba
haciendo insoportable
Yo seguía esperando a que mi amiga
saliera de la consulta pues hacía más de una hora que había sido
requerida por la enfermera, el tiempo pasaba, y no sabía que podía haberle
pasado, entonces pude comprobar que
todos los pacientes entraban pero que nadie salía, este pensamiento me
intranquilizó, me levanto para llamar a la puerta del consultorio, lo hice
suavemente para no molestar, pero nadie contestó, intrigada me siento de nuevo,
mientras me invadía la impaciencia que unida a la incertidumbre me hizo pensar…
¿y si existe otra puerta por la cual salen los pacientes? Pero no podía ser
posible, me encontraba en una institución seria de prestigio, de nuevo me
levanto, paseo, en aquella sala estaba sola, de pronto me doy cuenta de que
todo estaba en silencio, un silencio sepulcral; me impaciento, los nervios sin
mi permiso comenzaron a dominarme, vuelvo a llamar a la puerta, silencio
absoluto; salgo al pasillo, y este se encontraba desierto, vuelvo a sentarme,
cuando pude oír un gemido de dolor que parecía salir de la pared que tenía
frente a mí; el miedo me paraliza, no puedo mover ni un solo músculo de mi
cuerpo, tampoco puedo articular palabra, entonces me doy cuenta que necesitaba
gritar para pedir ayuda ¿Qué estaba pasando? Pero cuando estaba a punto de en
un estado de histerismo, la puerta de la consulta se abre, y ante mí aparece el
galeno con su bata blanca, manchada de sangre, que dirigiéndose a mí, me dijo,
ya puede pasar, me quedé mirándolo hasta
que pude decir yo no soy su paciente, he venido para acompañar a mi amiga, que
por cierto aún no ha salido, y estoy preocupada, lleva más de dos horas dentro
y no sé que es lo que le pasa; el galeno dio unos pasos hasta ponerse junto a
mí, y cogiéndome de un brazo hizo que entrara en la consulta, entonces pude
apreciar que sus ojos eran como dos diminutos puntos de luz.
Una vez dentro me esperaban dos
forzudas enfermeras, las cuales hicieron
que me echara en una camilla, mientras el galeno seguía frente a mí mirándome,
fijamente, sin decir nada, entonces, con un gesto suyo las enfermeras empujaron
la camilla hasta adentrarme por un oscuro y largo pasillo donde sólo había un
diminuto punto de luz casi imperceptibles para el ojo humano, mientras
tanto yo no podía creer lo que me estaba pasando.
Entonces y antes de llegar a aquel punto de luz que
denunciaba el final del recorrido, de pronto se dejó oír una voz potente que dijo,
“alto” están todos detenidos.
En unos segundos aquel pasillo tenebroso se llenó de policías
cargados de metralletas, yo ante aquel espectáculo seguía echada en la camilla
sin saber qué hacer, pues parecía estar viviendo una situación rocambolesca.
En esos momentos el que parecía ser el jefe de aquella
brigada, se acercó a mí, y con voz autoritaria me dijo, ¿te han inyectado algo?
Pero yo no contesté, hasta que pude articulas palabra para decir que por el
momento no me habían hecho nada.
Entonces -dijo—levántese y siga a mi compañero, yo obedecí.
Una vez me encontré en la comisaría, el comisario me hizo
esta pregunta ¿Cuantos estuvisteis ayer en la cena homenaje al Dr Borneo? Lo
miro, no sabía de qué me estaba hablando, no entendía nada ni porqué estaba
allí, entonces me dijo, enséñame el brazo, no ese no, el otro, ¿Tampoco sabias
que en el brazo tienes tatuado el símbolo de los alquimistas.
Me miro el brazo, y entonces recordé que había asistido a una
cena de la que resulto fue salvaje y donde se pierde el control, también
recordé que a la salida de aquella cena iba mareada y me puse delante de un
coche por el cual fui atropellada.
Este pensamiento hizo que retumbara en mi cabeza, tanto que
me hizo abrir los ojos; y creo que entonces sonreí; este simple gesto hizo que
los allí presentes rompieran a aplaudir
al igual que se aplaude a un conferenciante después de su alocución.
Y fue cuando supe que puede haber vida después de la muerte,
pues todos pensaban que había muerto, también supe que todo lo que había soñado
había sido algo que tenía aún por vivir, al ser de alguna manera un reflejo de
lo que está por llegar, para ocupar un vacío que en cualquier momento tenemos que
llenar.
Y de esta manera fue cuando por primera vez en mi vida sentí
cómo me liberaba de un lastre que me
había mantenido presa, y que al fin podía surcar los cielos cual pájaro en
libertad.
La alquimia había hecho su trabajo…
TERESA
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