Diana entra en la redacción, coge una nota que tiene encima de la mesa de su despacho y sin quitarse el abrigo va directamente al del director que espera impaciente su llegada. El pasillo es largo y estrecho con un intenso olor a tabaco que a Diana le parece insoportable. Ella también ansía saber qué misión le van a encomendar como reportera itinerante.
La puerta del despacho de su jefe se encuentra semicerrada por lo cual solo tiene que empujarla suavemente.
J. J. Sandoval la mira desde su sillón de alto ejecutivo y con un ademán le invita a sentarse frente a él. El despacho, decorado con suntuosidad, hace que la curiosidad de Diana se despierte. Es amplio, pero las gruesas cortinas de terciopelo de color azul oscuro le dan una cierta opacidad misteriosa. La lámpara de cristal que pende del techo parece una gran araña amenazadora. La alfombra que tapa por completo el suelo es de color azul cobalto salpicado con pequeños topos de color carmesí, como gotas de sangre.
El director después de hacer ciertas advertencias al respecto sobre su cometido le da un sobre cerrado con las instrucciones.
Al día siguiente, el avión que sale de Madrid con destino a Roma está dispuesto para que los viajeros embarquen. Eran las ocho y treinta de la mañana cuando después de facturar su equipaje, Diana sube a la nave para ocupar el asiento numero veintidós A de la clase turista.
Cierra los ojos y sus pensamientos se arremolinan en una tormenta de miedo y lamentaciones cuando lee el documento que le había entregado su jefe.
Tiene que encontrar la reliquia que se supone debe estar en la iglesia romana de Sta. María in Cosmedin. Diana saca sus apuntes y lee que es una iglesia medieval que no había cambiado nada desde el siglo XII.
Cuando el avión aterriza en el aeropuerto de Fiumicino coge un popular transporte llamado bienvenida que la lleva al hotel directamente haciendo un recorrido por las zonas más bonitas de la ciudad siendo de gran belleza cultural.
Llega al hotel Ticiano…maravilloso palacio Patricio que mantiene su atmósfera original y está situado en el centro histórico de Roma a poca distancia del Foro Imperial, el Coliseo, San Pedro, y Plaza de España.
Después de descansar en el hotel y a las seis de la tarde de un esplendido día romano se dirige a la iglesia Sta. María de Cosmedin. La iglesia es como ella la supone, sobria y de gran belleza arquitectónica. Su mayor peculiaridad consiste, entre otras muchas cosas en su gran desnivel existente con los edificios que le circundan.
Entra en la iglesia y se arrodilla en el primer banco fingiendo que reza aunque en realidad lo que hace es observar detalladamente la planta del templo que como la mayoría de las iglesias tiene forma de una inmensa cruz latina.
Se fija con detenimiento justo debajo de la cúpula principal del cimborio, el corazón de la iglesia y el punto más sagrado. Ve aquello que busca.
Al volver la cabeza se da cuenta que tras ella, un hombre bajito con una cabeza descomunal para su cuerpo, la observa. Despacio, nerviosa y preocupada sale del templo y uniéndose a un grupo de turistas que en ese momento pasaba cerca despista al hombre y así puede regresar al hotel con toda la información que ha recopilado.
Ya en la habitación prepara la estrategia a seguir.
Al día siguiente entraría en la iglesia para esperar agazapada hasta la hora del cierre en un oscuro confesionario. Después lanzaría un gancho en un saliente de la bóveda y con un arnés treparía por la cuerda hasta llegar al cimborio.
Por la mañana ya no le parece tan fácil como lo concibió pero decidida sale para comprar los accesorios necesarios para la ejecución del plan.
Antes de salir a la calle, se siente vacía y se asoma a la ventana de su habitación desde donde se ve una Roma antigua que no merece ser diezmada.
Al salir del ascensor y cuando se dispone a salir a la calle ve con horror que sentado en una butaca del hall del hotel y simulando leer la prensa está el bajito cabezón. En esos momentos su pensamiento se llena de dudas, no sabe si salir corriendo hacia la calle o subir de nuevo en el ascensor hacia su habitación.
Decide lo último y cuál es su sorpresa que éste hombre la saluda con un gesto de cortesía a través del espejo del ascensor. Diana nota que la cabeza empieza a darle vueltas.
Su terror es tal que vuelve a bajar y empujando la puerta giratoria hasta salir a la calle donde la brisa del Ródano le calma los nervios y piensa que ya falta poco para la reliquia esté en sus manos. Y se detiene un instante sonriendo.
Ya en la noche sueña como un murmullo de los espíritus en la oscuridad dicen unas palabras olvidadas para ella;”una buena noticia no vale tanto como la paz del espíritu.”
Y alzando los ojos al cielo mirando embelesada como la noche está cuajada de rutilantes estrellas.
Teresa me gusta este relato de la reliquia, en el veo que has dado un giro de los que nos tienes acostumbrados.Un abrazo
ResponderEliminarPuri.