Aunque
nunca supo confirmar la razón por la cual vagaba por los campos cacereños en
una búsqueda insistente.
Anna,
una mañana de domingo y cuando rodaba con su utilitario por la carretera
Cáceres-Badajoz su coche se paró producido por una avería extraña, después de
intentar averiguar que había podido ser el causante de semejante
interrupción, decidió abandonar el
vehículo.
Sin
rumbo fijo, se adentró por vereda que la guió hacia un torreón o fortín llamado Torre de las Mogollonas; ilusionada
por tan especial hallazgo pasa por una supuesta puerta configurada por dos
pivotes de piedra que en su día lucía pintada de cal blanca, al entrar se vio
ante unas ruinas tétricamente abandonada que aun así, habían sabido conservar
la esencia de su señorío a pesar de hallarse en los brazos de un abandono
injusto.
El
torreón, aún erguido, parece seguir avistando el horizonte, ¿o tal vez espera
ilusionado que la historia no lo olvide? Anna mientras recorre el recinto pisa
con cuidado los cascotes que siembran el
suelo, sus pisadas son respetuosas, cómo si fueran un homenaje póstumo a su glorioso
pasado.
Anna
sale con el corazón encogido ante tanto abandono injusto, estos monumentos están
condenados al olvido siendo como son
nuestros maestros que con sólo su
presencia nos cuentan cómo fue nuestro pasado.
Camina
por la vereda, la hierba seca se va enredando a cada paso en sus pantalones, el
sol de abril empezaba a calentar aquella llanura, cuando cree ver una edificación
casi oculta, su primera impresión fue la de que era un mausoleo, acelera el
paso, aquel enterramiento o lo que
fuera, parecía llamarla. Cuando se encontraba cerca, lo primero que ve es una
charca que se adentra en la edificación por una hermosa arcada, ansiosa por
descubrir algo más busca una entrada husmeando como un sabueso, al fin
encuentra una oquedad, entra en el recinto y su cuerpo quedó varado cómo una barca
en el arenal de una playa. Cuando reacciona, sus ojos no podían dar crédito a
lo que estaban viendo, todo allí en aquella ermita llamada de San Jorge
desprendía arte y belleza, pues el pintor extremeño Juan de Ribera, había
sabido quedar grabada su sabiduría pictórica con generosidad, pues no había
pared, bóveda o dintel que hubiera olvidado el pintor en su decoración.
Allí,
cómo si un pedazo de cielo se posara, se encontraba casi todo el santoral. Anna
no mira, sólo pasea sus ojos con admiración.
De
repente descubre algo sobrecogedor, y entonces con frenesí busca los detalles
de las pinturas, todas se encontraban estigmatizadas, allí había estado una
mano asesina de lo bello, haciendo estragos en el recinto.
Anna
sigue con su contemplación sin percatarse de la inminente oscuridad, y de que
el campo empezaba a cobrar vida, los búhos ya se habían encaramados en las
copas de los árboles donde sus enormes ojos destacan en la penumbra.
Un
rumor hace estremecer a Anna, eran voces discordantes que parecían acercarse,
Anna aterrada pudo saber que se trataba de una pandilla de vándalos que previstos
de martillos y machetes se disponían a diezmar un patrimonio que a todos nos
pertenece, los comentarios obscenos se sucedían contra aquel recinto que un día
fue sagrado, y donde los caballeros que defendían nuestro feudo antes de
partir para luchar en el campo de
batalla entraban en aquel pequeño lago erguidos
en sus monturas para ser bendecidos por
el Creador.
Después
de un insoportable griterío blasfémalo, algo pasó, pues todo aquel júbilo cesó
envolviendo a la ermita con un silencio sobrecogedor.
Todo
debió acontecer cuando uno de aquellos vándalos, con cincel en mano intentó cegar la figura de Jesús, y que desde
la apariencia de pintura los miró a los ojos con benevolencia. Ante este
milagro, los desalmados huyeron despavoridos cómo si los persiguiera el diablo,
pero no era ese el caso, pues la huida era producida por haber contemplado los
ojos de Dios.
Anna
al salir de la ermita con las primeras luces del alba miró hacia la pintura que
representaba al Señor y vio que le sonreía.
No
podemos olvidar la belleza de esta Ermita de San Jorge que como muchas otras se
encuentran en nuestro entorno y son nuestra herencia por lo tanto, es de derecho legítimo el que
lo disfrutemos con su contemplación.
Muchas
personas sabemos que es importante no
perder nuestras raíces.
Sería
bueno que nos uniéramos en un solo afán y un solo sentir como el de concienciar
a los responsables de nuestro patrimonio. Que los hagan salir del olvido
llevando ¿por qué no? A excursionistas
que por tan sólo un euro pudieran hacer senderismo y al mismo tiempo poder visitar nuestros monumentos.
De
este modo y manera podríamos recuperar del olvido nuestro pasado.
Fuente: minube.com
Fuente: hoy.es
Fuente: hoy.es
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