Poco después cuando despierta se
encontraba ante una pirámide, ubicada en la Península de Yucatán, allí ante sus
ojos se encontraban los vestigios de un pasado que había hecho en este
presente volver a resurgir la ambición
desmedida de unos cuantos, haciendo que éste resurgir fuera tan turbulento como
lo es el magma que abrasa todo lo que
encuentra a su paso, a sabiendas de que con esta acción borran con ello la
historia de los pueblos.
Manuel, siente de pronto cómo su
cuerpo es presa de una convulsión que proviene de un poder sobrenatural que se
adueña de su conciencia, quizás provenía del ultraterreno, que hizo que desde
su perspectiva pudiera ver violentas escaramuzas y guerrillas que luchaban por
diezmar un patrimonio único.
Manuel de repente se ve subido en
un pódium, ordenando que llevasen ante su presencia a todo aquel que había sido cogido robando,
ante esta orden los presentes palidecen, pues ante ellos se hacía presente la
omnipresencia huella de un misterio que supieron existía, pero que en esos
momentos se estaba haciendo visible.
Los malhechores pasaban ante él
gimoteando, mientras la luz del sol brillaba sobre la pirámide irradiando los colores de las gemas.
Manuel no puede creer lo que
estaba pasando, aquellos hombres se postraban ante él, eran todos de raza
blanca, con apariencia de ostentar cargos relevantes, esos que se creen
importantes, intocables, mientras llevan a sus espaldas pegados como lapas el
alijo de un expolio, que saben mejor que nadie vender al mejor postor.
Mientras tanto Manuel no salía de
su asombro, la serpiente emplumada, parecía hacer la función de verdugo, a uno
de los reos, le sacó un ojo, que depositó en una cajita de jade, y siempre con
majestuosidad abrazó con fuerzas a otro reo hasta asfixiarle mientras uno de
sus brazos caía desplomado al suelo moviéndose cómo el rabo de una lagartija, a
otro le cercenó las piernas metiéndolo en una pila funeraria de dura piedra;
una vez terminado este ritual, a los restantes delincuentes, la serpiente les
ordena que cojan unos machetes que les eran ofrecidos por los nativos, éstos,
les hacen segar la maleza que se
encontraba alrededor de la pirámide.
Su misión no era otra que la de
cumplir un ritual que era el de
descubrir la mortaja del tiempo que la
naturaleza había tapado.
Manuel se baja del pódium, da unos pasos, ante
el aparece un cenote cuyas aguas cenagosas dejaban ver cómo los cuerpos que se
había engullido flotaban como muñecos
hinchables.
Mientras miraba con horror aquel
espectáculo espeluznante, pensó me van a matar, ante él una mujer de belleza
perfecta lo miraba con una mueca de crueldad que se dibujaba en su cara, entonces apretó
los dientes, la mujer le dijo, no, no vas a morir aún, lo que tú has hecho por
este pueblo es diferente, Manuel la mira impertérrito, los ojos de la mujer le
atravesaron.
Una mañana, aparece una moto abandonada
cerca del pantano de Guadiloba en
Cáceres, un caminante que por allí pasaba dio la alarma, la moto se encontraba
en su parte posterior se encontraban abollados los ejes de las ruedas que
hicieron sospechar de un accidente con fuga incluida.
Manuel despierta de un raro
letargo que le recuerda haber vivido algo insólito, real, pero cómo no se lo
puede explicar, piensa que pudo ser el hecho de tener la preocupación de si firmar
o no firmar era algo que le inquietaba en sumo grado.
Él siempre había vivido con su familia en la
misma casa, por lo tanto se sabía los recovecos de cada rincón, pero…nunca se
fijó en una foto que colgaba en el rincón más oscuro del pasillo, lo mira,
remira, obcecado en querer ver algo que creyó tenía que ocultar aquel cuadro; una
sombra de hombre arropado con un poncho se proyectó en la pared, da un paso
atrás, mientras una voz que era la suya propia le habla en pretérito.
Manuel, no te reconozco has
cambiado, tanto que ni tú mismo te reconoces, mira bien la foto, si, eres tú mismo
o sea el abuelo que lucía con orgullo un pectoral adornado de gemas preciosas
¿Por qué ahora quieres desenterrar el pasado?
¿Qué es lo que te preocupa?
Que se sepa que tú sí, tú, o sea
yo,-- da igual porque somos el mismo aunque aún no lo creas --porque cambiar
los términos, no cambia nada tú, yo, sabemos que robamos el mapa donde los
indígenas guardaban el más preciado “Tesoro de su historia” viste el rito, no lo niegues, pues se hizo
ante ti presidida por la serpiente emplumada, ¿Acaso no recordaste nada? Allí
fue cuando engañaste con tu candidez a los mayas, pero se te olvidó el detalle
más importante que la serpiente emplumada siempre te estuvo observando, a veces,
recuerda que nos entraba el remordimiento, y entonces pensábamos bajo una
perspectiva completamente distinto a la que siempre tuviste o tuvimos, como el
de robar a gente que creíamos no sabían distinguir…Qué era lo que creíamos
tenían que distinguir, si estaban muertos.
Manuel, “despierta” le dijo su
propia voz, sólo tú(o yo) me da igual, somos los únicos culpables, sé que todo
esto pasó hace mucho, mucho tiempo, pero no creas que fuimos olvidados, tócate el ojo derecho sin miedo, ¿Notas
algo?
Manuel empezó a gritar de espanto,
su ojo, tenía la cuenca vacía, le faltaba su ojo derecho y, comenzó a saltar
preso de un ataque de nervios, se lo había sacado la serpiente emplumada ahora
recordaba, fue aquella tarde que creyó era de gloria para él, entonces empezó a
sudar, aún tenía presente el momento en que la serpiente emplumada depositaba
un ojo en una caja de jade; ante tanto desasosiego sus pies tropiezan con algo que le hace tambalearse, era la misma caja, no se
atreve a cogerla.
Minutos después, todos los
miembros de su departamento inundaron el
oscuro pasillo, eran hombres tullidos que habían pertenecido a la expedición
que Manuel capitaneó.
Todo pudo haber sido una burda
alucinación, pues nunca se supo de Manuel ni de los componentes de aquella
expedición. De la foto desapareció el pectoral, en una esquina del salón se
encontraba la serpiente emplumada que lucía cómo nadie aquel pectoral o collar
o, el mapa, porque ese pectoral era el mapa que indicaba donde se encontraba los secretos
más misteriosos que puede llegar a tener un pueblo.
Entonces para qué tanta pantomima
de querer salvar algo de lo que había sido diezmado hacía muchos, muchos, años.
¿Había existido Manuel junto con la serpiente
emplumada?
Algo sí que fue verdad, existe
una magia que confunde al explorador ambicioso, llevándolos hacia los cenotes
lóbregos donde nadie los puede encontrar.
En lo alto del cielo, se
proyectaba una iluminación por los destellos de una luna llena.
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