Manuel, sabía que se
encontraba en esa línea que era la de pasar o no pasar el
delgado hilo de una frontera que para él suponía podía resultar ser muy peligrosa. Todo comenzó cuando aceptó un trabajo que lo elevo a la jefatura de
tratados de aduanas, sabía que estaba preparado pero, no se sentía satisfecho
con este nombramiento, pues tuvo que comenzar
a investigar unos detalles que parecían escabrosos y que le eran
imprescindible conocer. Pero toda la información que pudo obtener por medios
extraoficiales no parecía encajar con el resultado de la investigación que
tenía sobre la mesa, repasando de nuevo los archivos supo que faltaba la documentación de una serie de piezas desaparecidas rescatadas de una de las
excavaciones que eran de incalculable
valor para el pueblo peruano; esta nueva situación hizo en él que extremara en
exceso su celo por rescatar ese tesoro, hasta el extremo de no pensar en otra cosa que
la de vivir por y para desentrañar algo que parecía ser el engranaje de una
gran trama que rayaba en lo misterioso
y, que él, por supuesto no acababa de entender.
Este trabajo hizo que cambiara su
carácter, sus allegados comentaban a su espalda que se había convertido en un
hombre taciturno, llegando a irradiar tristeza.
Hacía días que entraba en su
despacho como una tromba de agua inundándolo todo, sin dar los buenos días a su
secretaria, sus ojos parecían entibiados por la falta de sueño y, que al pasar
por su lado, casi no la miraba, entraba en su despacho para unos minutos más tardes salir de nuevo
sin decir nada.
Llevaba tres días ausente de su
despacho sin saber nadie de su paradero, en aquellos días todos los de su
departamento parecían relajados con su ausencia. Una mañana sonó el teléfono,
preguntando por Manuel, nadie supo darle razón de su paradero.
Una medio día la radio da la
noticia de un terrible accidente, todos pensaron que se podía encontrar
involucrado Manuel por su ausencia, la oficina se convirtió en el departamento
que llevaba Manuel en un hervidero de
funcionarios curiosos que querían saber
si lo que se decía en las noticias eran ciertas y, que si era cierto que Manuel
podía encontrarse cerca de la frontera con Portugal. Pasaron unos días y la prensa
no acababa de desvelar los nombres de los afectados.
Aquel día la garita de la aduana,
se encontraba colapsada, una multitud de viajeros se encontraban sin saber que
estaban siendo vigilados por helicópteros desde el cielo, haciendo que todo aquel que pretendía pasar la frontera se le hiciera era una travesía imposible.
El espectáculo en la carretera
daba un aspecto peculiar ante el corte ineludible del tráfico, los conductores
protestaban mientras otros sudaban pensando cómo escapar de ser detenidos, cada
uno tenía claro lo que querían, que era llegar cuanto antes a su destino, en
otros era una necesidad perentoria de huir. Alguien intencionadamente derrama
un bidón de gasolina en medio de la carretera, le prende fuego, el caos estaba
servido al convertirse la carretera en una antorcha por consiguiente, en terrible ratonera.
Alguien apartado de aquel tumulto
enloquecido y, desde un montículo, tapado con un poncho y un gorro peruano
observa desde su atalaya mientras contempla la escena inmutable y abraza contra
el pecho algo que para él debía ser muy valioso.
En medio de tanto caos, pasa
desapercibido un motorista que conduce por campo través hasta llegar al
montículo, era Manuel, se acerca al hombre del poncho que parece esperarlo, el
indio, sube a la grupa de la moto como si se tratara de una caballería, la moto
daba tumbos por la compleja orografía
del terreno, llegan en una vaguada, al bajarse de la moto les esperaban cuatro
hombres vestidos con la indumentaria india que los conducen a una tienda de campaña,
una vez dentro Manuel observa que uno de
los indios llevaba colgando del cuello un pectoral que le quedó sin palabras,
su abuelo en una foto antigua lucía uno semejante.
A Manuel le empezó a
bullir la cabeza hasta entorpecer
su mente, dentro de la tienda de campaña se encontraba una mesa que parecía
estar dispuesta para que se firmaran los tratados en los cuales se comprometía
a que todo lo que se extrajera de cualquier tipo de excavaciones arqueológicas
de los países Andinos fueran inmediatamente requisado por los gobiernos de la
Unión Europea.
La sonrisa de uno de los cuatro
que se encontraba dentro de la tienda, hace que Manuel desconfíe antes de poner su firma a pesar de que su mente se encontraba confusa
y, empezó a sospechar que al tender su mano para saludar a los que allí le
esperaban, sintió algo insólito s pues al instante, vio cómo sus ojos se
nublaban, pero tuvo la capacidad mental
suficiente como para pensar que allí
estaba pasando algo.
Manuel, antes de caer al suelo sin
conocimiento, logra acercarse hasta tocarles la cara a los dos que les pareció
no eran indios.
Sin duda, aquellos hombres no
eran latino-americanos, pero antes de que callera al suelo sin sentido, Manuel
ve cómo los dos hombres se desploman al suelo sin conocimiento, ya en el
suelo siente cómo el casco de la moto(
que aún no se había quitado) se mueve en su cabeza estertórea mente, entonces
se da cuenta que lo llevaba puesto, pero siente que no tiene fuerzas cuando
intenta quitárselo, al tocarlo, nota en su tacto algo viscoso, en un impulso de
supervivencia tira lejos de él el casco de donde salió una serpiente emplumada
que rectaba con gran majestuosidad
acercándose a los supuestos indios que inertes yacían en el suelo, uno de
ellos despierta de su letargo cuando la serpiente se acercaba a ellos, la mira
con ojos espantados, no podían salir huyendo al encontrarse inmovilizado, pues
ignoraba que por sus venas corría el veneno mortal del pinchazo recibido por
los colmillos de la serpiente emplumada.
Manuel, no sabe qué hacer, se
había quedado petrificado en medio de la tienda, mientras la serpiente amorosa
se le enrosca al cuerpo.
Cuando despierta, se encuentra
ante una pirámide, que estaba ubicada en la península de Yucatán, allí pudo ver
Manuel los vestigios de un pasado, que había hecho del presente que volviera a
resurgir la ambición desmedida de unos cuantos, éste resurgir fue tan turbulento
como un magma abrasador, sobre todo para aquellos que trafican ilegalmente con
los objetos antiguos, a sabiendas que con esta acción borran con ello la historia.
Manuel, siente de pronto una
convulsión como si un poder sobrenatural
que se adueñara de su conciencia, quizás todo podía provenir del ultraterreno,
haciéndole ver desde su perspectiva violentas escaramuzas de guerrillas que
luchaban por diezmar aquel patrimonio único. Manuel de repente se ve subido a un pódium, ordenando que llevasen a su presencia a todo el que había sido cogido
robando, ante este mandato todos los presentes palidecen, pues ante ellos
tenían la omnipresente huella de un misterio que siempre supieron que existía,
pero que en esos momentos se estaba haciendo visible.
Los malhechores pasaban
gimoteando ante él, cuando la luz del sol brillaba sobre la pirámide irradiando
los colores de las gemas.
Gonzalo, no puede creer lo que
estaba viendo, ante él, se postraban los hombres blancos que por su apariencia
y por los cargos que parecían ostentar creían ser
importantes, intocables, mientras llevaban a sus espaldas pegados como lapas el alijo de un
expolio, para más tarde vender al mejor postor. Mientras tanto Manuel no salía
de su asombro, la serpiente emplumada parecía hacer la función de verdugo, a
uno de los reos, le sacó un ojo, que depositó en una caja, de nuevo y con
majestuosidad abraza con fuerzas a otro hasta asfixiarlo mientras uno de sus
brazos caía desplomado al suelo, a otro le cercenó las dos piernas,
depositándolo después en una pila funeraria de piedra. Ya quedaban unos cinco
de estos llamados delincuentes, cuando, atónito ve que la serpiente les ordena
que cojan unos machetes que les son ofrecidos por los nativos que les hacen
segar la maleza que se encontraba al derredor de la pirámide, su misión no era
otro que el de cumplir el ritual de descubrir la mortaja del tiempo, que la
naturaleza había tapado.
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