Alguien, que Anna no recordaba bien
quién pudiera ser, se dirigió a ella al término de una conferencia sobre
literatura mágica, ese hombre se puso ante ella con pose de prepotencia, pues
de esa altivez que proclamaba, sólo se podía sacar la conclusión de que todo
aquel que adopta esa pose es porque que le gustaría ser alguien y, no lo es.
Entonces le dijo a Anna, que
lamentaba comunicarle que no sabía escribir, que el papel en el que ponía esos
garabatos valía más cuando se encontraba en blanco. Gracias, le contestó Anna
con una sonrisa, agradeciéndole su crítica decidió ignorar el incidente y, sin
más, siguió su camino hacia la salida.
Una vez en la calle, Anna
reflexionó muy a su pesar pues aquellas palabras lograron herirla, y tuvo que
preguntarse si acaso ese desconocido estaba en lo cierto, el hombre no pareció
satisfecho con la actitud pasiva que adoptó Anna, porque en su mirada dejó
entrever una frialdad sobrecogedora que le hizo sospechar que tejía a su alrededor una
malla viscosa de difamación con la misma cautela con que la araña compone su
red atrapadora.
Una vez pasada la primera impresión, en sus
labios afloró una sonrisa de complacencia, al no entender tantas molestias, por parte de aquel desconocido, y se sorprendió al
saber que sus relatos pudieran haber
hecho tanto daño.
Entonces recordó que en una ocasión llegó
hasta sus oídos que algunos de sus lectores disfrutaban leyendo sus libros,
algunos hasta llegaron a manifestárselo por la calle haciéndole comentarios de que al igual que un poeta sabía
manejar las palabras, estos comentarios le hicieron gracia al mismo tiempo que subía su autoestima,
pues según ese ciudadano desconocido, Anna desdibujaba con su bolígrafo las
palabras; pero esa crítica (destructiva o instructiva, según se mire) pero al
intuir que no iba a dejar mella en ella,
como para olvidarse de seguir escribiendo lo que se le antojaba, este
desconocido desapareció de su vista.
Pero ante este dilema innecesario, Anna decidió quedarse al
margen, creyó que no era el momento ni siquiera ético de ponerse a favor
de ninguna de las dos opciones, ni de los
halagos ni de los detractores. Anna me confesó, que dijeran lo que dijeran unos
y otros, para ella era un elogio, ya por sí sólo, el que se hablara de su
trabajo.
Y me dijo, (confidencialmente) puedo
garantizarte que la palabra para mi es importante, porque siempre hay que huir
como del aceite hirviendo de las lenguas ladinas porque si ésta llega a
salpicarte, puede ser tan cruel como una daga cercenadora que mutila las buenas
intenciones, siendo lo contrario otras palabras, esas que se susurran con la
intención de acariciar los oídos poniendo en el tono amor.
Por esa razón “ciudadano sin
nombre” en tu honor, en mi próximo libro te voy a dedicar unas palabras muy
sencillas de comprender; un susurro puede tener
varias connotaciones, según las circunstancias y el tono en las que se
pronuncien, una opción es, que al pronunciarlas puede producir terror a quien la escucha, la
otra opción es que si se dice con
dulzura al oído, puede despertar ilusiones que siempre alegran el corazón.
Al día siguiente supo por ella
misma que había aceptado aquella crítica
con deportividad, por cierto, me comentó que le había sido beneficiosa.
Al día siguiente se lanzó a la
calle con el propósito de recabar información para su cuarta novela, paseó por
lo más céntrico de la ciudad, saludó aquí y allá, contempló escaparates, se
sentó en una terraza para tomar un refresco que calmara su sed.
En realidad, no sabía cómo empezar
la novela; poco después sin ser consciente de ello, se encaminaba hacia un destino incierto, iba
distraída cuando ante ella se cruza un caballero bien vestido que cubría su
cabeza con un sombrero de ala ancha, por su forma de caminar Anna dedujo, que
parecía presumir de belleza.
Aquel cimbreo de su cuerpo le
intrigó, entonces inducida por las meninges, esa membrana que está formada por
tejido conectivo y que según parece cubre todo el sistema nervioso central,
bien, pues todo esto que se halla en nuestra cabeza, le dio una orden
incuestionable “síguelo”.
Anna obediente siguió ese mandato,
sin apenas darse cuenta, se vio caminando fuera de la ciudad, entonces el hombre
miró hacia atrás y, ella se sintió ridícula al no encontrar palabras para
justificar su conducta.
Ya sabía de antemano que una
buena palabra dicha a su tiempo puede llegar a justificar lo injustificable,
ante la mirada de aquel hombre Anna se sintió despojada no sólo de su palabra, sino
también de su lengua, pues se le quedó pegada al paladar.
Anna admitió que alguna que otra vez sus palabras le habían sacado de algunas
situaciones embarazosas, pero contando como el Todo Poderoso que le había
dotado de carácter perseverante, siguió a aquel hombre, la verdad es que no
pensó que aquel hombre pudiera mirar
para atrás, pues en el caso de haberlo hecho, no hubiera sabido qué decirle.
En aquel momento sólo pensaba en
las palabras de disculpa que le pudieran servir para justificar aquella sin sentido persecución;
pero aquel hombre poseía un Don, que era el de dejarla sin palabras, entonces
sin más, y como el que tira un cigarrillo ya consumido, se desprendió de uno de
los brazos, que tiró lejos de él; aquella acción provocó en Anna una reacción que hizo que se aceleraran sus
pulsaciones, mientras su boca seguía muda como la de una monja de clausura.
Habían caminado unos cuantos
pasos más y, se desprendió de una de sus piernas, arrojándola lejos de él cómo
hizo con el brazo, aquella actitud del hombre la dejó perpleja, pues seguía caminando con una
sola pierna sin apoyo alguno, ella ya no sabía con exactitud lo que pensaba,
pues no se entendía ni ella misma, en la fracción de unos segundos pasó de
creer que era un sentimiento de admiración, para convertirlo al instante en algo excepcional.
Anna interrumpió sus pasos, pues
deseaba hacerle una pregunta, pero antes de que esta fuera formulada, el hombre contestó--- este es mi Don—si
lo que deseas es seguirme hasta que llegue a mi destino, entonces te mostraré
cual es el final del trayecto, pero,
hasta que llegue ese momento, debes esperar, y si quieres saber algo más de mí
tendrás que averiguarlo por ti misma.
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