Dos horas
habían transcurrido desde que Anna se apeara del autobús que la llevó desde
Cáceres a Madrid, en el andén de la estación esperó impotente la llegada de su
amiga para recogerla en la estación, la cual parecía haber olvidado esa cita, después
de dejar pasar un tiempo prudencial en la cual creyó que la espera estaba
siendo demasiado prolongada decidió
salir de la estación, mientras sube las escaleras mecánicas desilusionada,
siente cómo la sensación extraña de que se iba adentrando en un mundo que para
ella era desconocido y al mismo tiempo desconcertante, una vez se encontraba en
la calle, busca en su bolso de mano la libreta donde lleva anotada la dirección
donde se alojaba su amiga. Mientras lee la dirección siente cómo le roza una brisa helada y desagradable que la
despeina, mientras tanto, distrae sus pensamientos dilatando sus fosas nasales
lentamente para que se desprendiesen de ese olor que suelen inundar los andenes
a gasolina y a muchedumbre que todo mezclado componen un hedor que a ella le
pareció nauseabundo.
A unos pasos
de la estación, ve una parada de autobús, pues no había conseguido parar ningún
taxi, Anna ignora el recorrido del autobús, por lo tanto no tiene ni idea de
hasta dónde podía ir después de sacar el billete. Esta nueva aventura para ella
le hace olvidar sus temores, pues
comenzó a sentirse emocionada de poder admirar Madrid desde una ventanilla de
un autobús urbano, después de dejar pasar cinco paradas, decide apearse, pues empezaba
a encontrarse con síntomas de mareo.
Una vez en la
acera, tira de su pequeño trole, le apetecía caminar, se para unos momentos, y
mirando de un lado y otro recuerda con agrado una charla que mantuvo con una de
sus amigas al anunciarle que pensaba pasar unos días en Madrid entonces una de
ellas –le dijo—cuando llegues a Madrid,
tienes que tener en cuenta a donde te diriges, pues en la capital tienes que
saber distinguir el Norte del Sur, ya sabes este detalle es importante que lo
tengas presente.
Anna mientras
recuerda la broma de su amiga sonríe al pensar que quizás tenía razón y que no
era ninguna broma, pues se encontraba en una situación que no era capaz de
distinguir los puntos cardinales, con este pensamiento sigue caminando, se
sentía como si fuera una brújula destartalada después de haber sido pisoteada
con las saetas partidas. Para un taxi, una vez sentada le da la dirección al
taxista, el taxista la mira mientras de sus labios se escapa una sonrisa,
¿acaso es la primera vez que viene usted a Madrid? Anna se sorprende por la
pregunta, y contesta seca—sí—
Diez minutos
después, el taxista para ante la puerta donde un rótulo anunciaba—Pensión Sur-.Entra observando el vestíbulo y todo lo
que le rodeaba mientras espera que alguien aparezca, de pronto una voz que sale
detrás de una de las puertas le sobresalta, ¿desea habitación? Anna busca con
la mirada, pero sigue sin saber de dónde salía
aquella voz de mujer, y con el mismo tono de voz Anna contestó—sí—mientras
esperaba que aquella mujer apareciera siente cómo su cuerpo empezaba a tensarse,
la mujer no parecía tener prisas por salir de donde se encontrara, a medida que
los minutos transcurrían y al no oírse ningún ruido dentro de la casa, este
hecho hizo que se sintiera incómoda.
Cuando
apareció la mujer y. al dirigirse a ella,
el tono de sus palabras le hicieron pensar que su amiga había tenido
escasa fortuna al estar alojada en aquella pensión, la mujer, sin decir nada
más se instaló tras el escueto mostrador, le pide la documentación, mientras la
mujer se cerciora de que el carnet es correcto, Anna le dice que busca a una
amiga que se hospedaba allí, llamada Rebeca, la mujer sin levantar la mirada de
una de las libretas donde Anna supuso anotaba los nombres de los hospedados, le
habla de manera displicente—creo que se está refiriendo a una chica que estuvo
aquí, hospedada con ese nombre, pero de eso hace ya bastante tiempo, ahora
recuerdo que empezó a salir con un chico y, un día pidió la cuenta, supuse que
era para irse con él—eso es lo único que se de ella—si es que hablamos de la
misma persona—dijo—levantando su desgreñada cabeza.
Anna no supo
el motivo, pero después de hablar con aquélla mujer empezó a inquietarse,
aquella chica de la que le habló, no debía ser la misma persona, pues estaba
segura que, de haber sido la misma no le hubiera invitado a llegar hasta allí,
mira de nuevo su libreta donde tenía anotada las señas y, estaban correctas
¿Qué motivo podía haber tenido Rebeca para mentirle faltando a su cita de la
estación?, después de mirar el reloj Anna comprendió que no podía buscar otro
alojamiento al no saber desenvolverse por la ciudad, tendría que esperar a que
amaneciera un nuevo día, quizás entonces tendría las ideas más claras, pero aun
así, no podía evitar sentirse presa de una gran incertidumbre.
La voz de
aquella mujer le hizo volver a la realidad, tendría que aceptar la habitación
que le ofreciera, pues no tenía salida alguna. Tras el pequeño mostrador, de
nuevo la mujer revisaba su carnet de identidad con especial interés, Anna,
espera impaciente para que se lo devuelva y, alarga la mano para cogerlo,
asombrada ve cómo aquella mujer lo guardaba en un cajón, Anna ante este gesto
se aterra.
Segundos después y, a la espera de que le
asignaran su habitación, oye unas voces, mira y, a lo alto del rellano del
primer piso ve cómo dos hombres intentan bajar las estrechas escaleras una camilla con dificultad donde supuso podían
estar transportando un cuerpo, Anna cuando pasan por su lado, da un paso atrás
hasta pegar la espalda en la fría pared y, entonces, supuso que, por la rigidez
que mostraba ese objeto bajo la sábana que lo tapaba, que podía tratar de un
cadáver.
Mientras tanto
Anna observaba esta rara escena, la patrona de la pensión desaparece. Todo era
muy extraño, la puerta por donde había desaparecido la mujer, de repente se
abre de par en par empujada por una corriente de aire dejando al descubierto un
patio lleno de cachivaches, latas vacías de conservas y diversas inmundicias,
de pronto, una nueva ráfaga de aire hace que la puerta golpee la pared cómo si
esta fuera dirigida por un mecanismo, haciéndole que esos golpes fueran
continuados.
Anna no
acababa de entender por qué aquella mujer se había quedado con su carnet,
dejándola indocumentada, también observó que al meterlo en el cajón éste lo
había cerrado con llave, metiéndosela en el bolsillo del delantal. Entonces
comenzó a ponerse nerviosa pensó que quizás podía serle difícil salir de allí.
Pero se calmó al pensar que al día siguiente buscaría otro alojamiento. La mujer aparece de nuevo
después tras haber dado una patada a la puerta, que con el impacto se cierra
quedándola encajada al llevar las manos las ocupadas en anudarse el delantal
que parecía haberse cambiado y, --dirigiéndose de nuevo a ella—le dijo—no se
inquiete la única dificultad que tiene el hospedarse hoy aquí, es, que tiene
que esperar hasta que limpien la habitación, pues hasta hace unos minutos no ha
sido desalojada por su anterior huésped; y, señalando una puerta que se
encontraba justo al lado de las escaleras, si lo desea, puede entrar en el
salón, si le apetece también le puedo servir una cerveza—ya sabe estos
servicios al ser extras se pagan al consumirse, Anna con un gesto de su mano le
dice que no desea nada.
Entra en el
llamado salón, echa un rápido vistazo, la estancia parece aceptable, los
sillones se encontraban tapados con sabanillas de color granate, que
seguramente disimulaban la suciedad acumulada que suele pegarse a la tapicería
cuando tiene mucho uso, una mesa de centro baja de madera con un cenicero de barro y un
jarrón con flores de plástico, se encuentra ante el sofá, frente a este un
aparador antiguo pintado con barniz, que le hacía brillar como si fuera de
plástico robándole el encanto del mueble antiguo que hacía de soporte al
televisor, en la pared un viejo tapiz moruno de los que solían comprar como
recuerdo en Melilla los soldados españoles que cumplían allí el servicio militar, allá por los años
cincuenta, ante esta observación, por primera vez y desde que entró en aquella
pensión de sus labios salió una tenue sonrisa; decide sentarse, y al mirar el
suelo vio que las baldosas eran
hidráulicas, todo allí parecía sacado de un museo, a decir verdad, en aquella
pensión parecía haberse parado en el tiempo.
Poco después
piensa preocupada, qué era lo que podía haberle pasado a Rebeca, para que la
dejara tirada en la estación, sabiendo que nunca había salido de Cáceres; para
cambiar de pensamientos, mira su reloj de pulsera, y se extraña que a esas
horas ya cercana a la cena aún no hubiera ningún huésped de la pensión viendo
la televisión a la espera de ser
llamados al comedor, pasan unos minutos
y Anna sigue aferrada al asa de su maleta demostrando que sus nervios se
encontraban en tensión, en aquel silencio, pudo oír una conversación a media
voz que venía de otra de las habitaciones cerca del salón, que debía tener la
puerta abierta, pues Anna pudo apreciar por el tono en el que hablaban y
por la ansiedad que desprendían sus palabras, parecían estar dialogando
sobre que algo grave les inquietaba.
Anna entretiene
la espera poniendo atención a lo que hablaban aquellos hombres, y quiso entender
que hablaban de algo que les inquietaba pareciendo que se encontraban ante un
hecho lleno de dificultades, también pudo oír… esta vez su pulso se aceleró,
que hablaban de un cadáver que tenía que ser eliminado, porque en el almacén
donde provisionalmente lo habían llevado, no era seguro, he oído decir que han
sustituido al vigilante, por lo tanto al ser novato, puede abrir el congelador en
una de sus rondas para cerciorarse de que todo se encuentra en orden; por lo
tanto hay que hacer algo cuanto antes, --qué digo-- de inmediato en el primer
camión que esté preparado para llevar
mercancía a Francia trasladamos nuestro especial cargamento de esa manera
estaríamos exentos de cualquier sospecha, porque una vez en Francia, puede
hacerse cargo del camión uno de los nuestros, que sabe que es lo que tiene que
hacer, --pero—dijo uno de ellos, has
pensado si por un casual el chofer no es tampoco el mismo de siempre.

