La dama de blanco
Ya
estaba anocheciendo y los campesinos cansados y doloridos recogían los aperos
de labranza cuando sintieron con temor temblar la tierra. Miraron y vieron a lo
lejos como se acercaban unos jinetes que parecían valientes. Eran aguerridos
soldados que galopaban clavando los cascos de sus caballos en la tierra blanda
recién arada, exterminando todo lo que se encontraban a su paso.
Los
campesinos se escondieron en sus chozas y temerosos observaban a través de las
tinieblas rasgadas de un atardecer, donde los rayos del sol ya mortecino
sucumben ante el poder de las sombras, y los jinetes que momentos antes vieron
los campesinos, se acercaban desde la
lejanía convertidos en una turba de tenues fantasmas.
Estaban
envueltos en ropas transparentes bajo
esa penumbra misteriosa que da el atardecer. Ante la horrible visión, una
bandada de cuervos alzó el vuelo graznando para posarse en lo más alto de la
torre del castillo.
Ante
la puerta, el abanderado grita blandiendo un pendón deshilachado:
-¡Ha
del castillo!
El
conde enojado se dirige a la puerta y levanta la voz llamando a sus criados
para que la abran pero cuando estos se acercan para abrirla al Conde se le
presenta el dilema de abrir o no, porque hiciera lo que hiciera, tenía la
certeza de que se encontraban todos en grave peligro. Entre tanto los jinetes
se alinean haciendo un pasillo para que pase su caudillo, que es viejo, con los
pelos enmarañados y una panza descomunal.
El
que acaudillaba la turba, se apea del caballo limpiándose con la manga la
humedad de su nariz y, dirigiéndose al conde le dice:
-¿Tenéis
por ahí escondida alguna doncella?
El
conde al oír estas palabras, siente una presión tan fuerte en el pecho que cae
desmayado al suelo.
Aquella
misma noche, el Conde había tenido un sueño, una visión apocalíptica, en la que
interpretaba la aparición de bárbaros, como prueba de que el diablo había
salido del infierno para provocar desolación.
Su
joven hija que lo ve todo desde la ventana de su aposento, quiere bajar para
ayudar a su padre, pero cuando abre la puerta para salir, su aya se interpone
entre ella y la puerta impidiéndole la salida. La encierra en la habitación y
arrastrando un mueble bargueño con enorme trabajo lo pone delante de la puerta,
quedando ésta totalmente tapada y a salvo de los bárbaros.
Los
guerreros belicosos y sanguinarios, asesinan a todos los habitantes del
castillo, para después desvalijarlo. Entraron en la cocina y como salvajes se
dispusieron a comer y beber todas las viandas que se encontraban allí y en la
bodega hasta hartarse. Cuando saciaron su gula, se tumbaron en el suelo para
dormir como cerdos.
Por
la mañana emprendieron de nuevo su camino dejando sólo desolación a su paso. Los
campesinos apesadumbrados ante la tragedia se disponen a enterrar a sus
muertos. Pero nadie se percató que desde la ventana del primer piso, la
condesita gritaba sin ser oída. El tiempo pasó. Quizás, mucho, mucho tiempo
hasta que aquella dulce condesita se consumió en su encierro resignándose a su
suerte.
Su
alma nunca quiso salir del castillo, porque la vio nacer y era lo único que
había conocido.
Desde
entonces y en cada fiesta que se celebra en el castillo, su alma se inunda de
alegría al escuchar los sones de la música. Se pone su traje blanco de gala,
para saludar con la mano a los invitados
que pasan por debajo de su ventana, ignorando que ella y sólo ella es la verdadera
anfitriona del castillo.
Esta
historia puede ser o no verdad. Pero lo que sí es verdad, que unos niños en una
fiesta celebrada en el castillo la vieron asomada a la ventana y la saludaron,
consiguiendo con su candor, arrancar de sus labios blancos y fríos una cálida
sonrisa.


No hay comentarios :
Publicar un comentario