Me llamo Emilio Sandoval, (Emi) para los amigos, es decir para todos los
que me tratan diariamente. Siempre tuve un genio contra corriente. Mi vida la
he vivido sin tapujos, y sin remilgos, llegando a ser un símbolo de la cultura
europea de los años ochenta, pues viví la vida a todo gas.
Me apasiono hasta el exceso, y siempre fui rotundamente, genial en todo
lo que acometí, viví libre como un pájaro sin rumbo. Estuve viviendo y
disfrutando en Japón, tres maravillosos años de mi azarosa vida. Contemplé
muchas auroras boreales en las frías tierras escandinavas, acompañado de lindas
vikingas.
Fui músico en Paris, llegando a ser miembro de la orquesta que actuaba en el famoso bar Buddlia
en la Rúe Saint-Honore, en el cual conocí a muchas celebridades del séptimo
arte y las letras.
Mas tarde me fui a Londres donde trabajé en un importante banco en
Carnaby-Street, una de las calles más céntricas he interesantes que he
conocido, donde los artistas más famosos del Pop hacen sus compras de ropas
para lucirlas en los conciertos multitudinarios que dan por todo el mundo.
Ahora y después de estos años fuera de España vuelvo a Madrid con deseos
de echar raíces, y empezar una nueva vida que me haga vibrar con nuevas
experiencias, diferentes a las vividas
Me encuentro en la cama pues son las siete de la mañana, cuando suena con
estrépito el timbre del reloj despertador, me deslumbro pues un rayo iluminaba fugaz mi dormitorio, aun así me levanto de la
cama con buen humor, y con la sensación que va a ser un día especial para mí.
Camino descalzo por el pasillo hacia el cuarto de baño para no despertar
a mi compañero de aventuras y de piso, que duerme en la habitación de al lado.
Después de asearme con esmero, me pongo el único traje que tengo, uno de
color gris-marengo, que ensalza mi figura de hombre atlético.
Salgo a la calle, y esta parecía borrada bajo el peso de la tormenta que
sufrimos en la madrugada, que yo nunca viví tan virulenta, no exenta de
abundante pedrisco, era una de esas jornadas mañaneras en las que nadie saldría
de casa si no fuera por necesidad, que en verdad para mí lo era.
Ya en la calle, pido un taxi a la manera tradicional con el brazo en alto
y al instante se para uno ante mí, ofreciéndome sus servicios.
Le doy la dirección después de entrar en el vehículo, Gran hotel
Internacional.
Mientras atravesamos Madrid miro desde la ventanilla del taxi la
desolación en la que estaba sumida la ciudad, las aceras aparecían
interceptadas por los árboles abatidos por el viento.
Yo no tengo mucha prisa, la entrevista de trabajo a la que estoy citado,
está concertada para las nueve treinta de la mañana y mi reloj de pulsera marca
las ocho y quince.
Y pienso que aún me da tiempo para tomarme un café en alguna cafetería
cercana al hotel. Mientras tanto, el taxi rueda hacia mi destino.
Sin que mi cabeza dejara de pensar en la entrevista, saco del bolsillo de
la americana un sobre con el membrete del hotel, lo abro y en su interior, leo
mi nombre Emilio Sandoval, treinta y ocho años, soltero, diplomado en económicas
por la
Universidad Complutense de Madrid.
En otro renglón. Será recibido el día diecisiete de Abril a las nueve
treinta de la mañana para ser entrevistado por la directora del hotel, como
solicitante para ocupar la vacante de jefe de recepción, he intérprete.
Una sonrisa se escapó de mi boca. Cierro de nuevo el sobre volviéndolo a
poner de nuevo en el bolsillo, y recuerdo cuanto luchó mi padre para que
consiguiera mi licenciatura, cuando yo estaba remiso a no continuar.
Y ahora, iba a utilizar mi licenciatura para conseguir el trabajo que siempre soñé pero
adornado con los cinco idiomas que por supuesto domino a la perfección, aunque
en esta ocasión solo exigían tres idiomas.
Me apeo del taxi cerca del hotel,
y paseo por unos minutos, sonámbulo por la calle, y entro a desayunar en una
moderna cafetería.
Después de tomarme un aromático café, me dirijo hacia mi destino,
sintiendo que las células de mi cuerpo se excitaban producido por la
incertidumbre que me producía el de solicitar por primera vez trabajo, un
trabajo estable, que me permitiera ser un hombre—digamos normal—este
pensamiento me produjo un desagradable cosquilleo huidizo en la espalda, sobre
todo cuando entré en el vestíbulo del
Gran hotel Internacional,
Me distraigo de mi ansiedad mirando
con la atención la suntuosidad de la entrada del hotel, a pesar de estar acostumbrado
a contemplar bellas decoraciones.
Las paredes se encontraban
forradas de ricas maderas de ébano, de donde pendían copias geniales de
pintores insignes como El espejo de vestir de Morisot.
Una panorámica donde se podía apreciar un castillo poco convencional, que me impresionó desagradablemente, y enseguida aparte mi mirada para admirar, una genial copia de Los Girasoles de Vincent Van Gogh.
Del techo pende una preciosa lámparas de cristal de murano, en el
vestíbulo cómodos sillones tapizados con el mejor terciopelo se prodigaban por
la estancia, en el suelo una mullida alfombra de color azul tinta hacía juego
con las cortinas que tamizaba la luz del sol, al fondo se encuentra la
recepción.
Un grupo de refinados y elegantes clientes se encontraban sentados en
unos sillones y ante copa de Brandi, que
parecen discutir acaloradamente sobre las próximas elecciones municipales en la
capital.
Seguirá.


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