lunes, 3 de diciembre de 2012

Antonia y los libros

Este domingo, y como viene siendo habitual, después  de la cena y cuando la casa se encuentra dormida y sumida en ese silencio, sólo se oye el crujir de los muebles que parecen tomar vida quejándose del ajetreo del día y me hacen vivir momentos de misterio.
Me  siento en mi sillón para ojear el periódico del día sabiendo que a esas horas, ya muy entrada la noche, las noticias de la prensa se han vuelto viejas. Pero aún así, leo con atención un artículo en la sección dominical. Este artículo habla de la primera mujer que leyó un libro en una biblioteca.
Había tenido que pasar más de un siglo desde que Felipe V abriera las puertas de la Real Biblioteca (origen de la actual Biblioteca Nacional) que fue inaugurada en 1711. Por aquella época estaba vigente la Constitución de 1761, en la cual se decía prohibir la entrada a la biblioteca a gentes mal vestidas, o mendigos. Se ponía especial énfasis en que también se prohibía la entrada a las mujeres porque éstas podían distraer a los hombres en sus horas de estudios. Después de varias merecidas protestas por parte de las féminas, se hizo una concesión que les permitiera la entrada sólo los sábados pero solo de visita, no admitiéndolas como lectoras.
            Pero la historia ha demostrado sobradamente que la mujer es valiente ante la adversidad (y que conste que no soy nada feminista). Un día se reunieron un grupo de mujeres intelectuales dispuestas a reivindicar sus derechos como ciudadanas, haciéndose oír para romper la exclusividad masculina.
Una de ellas, saltando el protocolo, solicitó un permiso a la entonces regenta María Cristina y obtuvo la licencia para poder entrar en las bibliotecas.  Y así fue como esta mujer llamada Antonia Gutiérrez Bueno consiguió ser la primera fémina  que se sentó ante un pupitre en una biblioteca para leer un libro.
Se logró aquel día un triunfo muy significativo, dando por hecho que el hombre era igual a la mujer en inteligencia, y demostrando que además de parir y tejer jerséis al calor del hogar, servía para muchas cosas más, como se ha demostrado en el siglo en que vivimos, llegar a desempeñar un cargo militar, llevar un negocio, administrar su casa y además saber dar amor.
Y todo esto se lo debemos a un grupo de mujeres que fueron valientes y que gastaron toda su energía y tesón en conseguir que a todas nosotras se nos abrieran las puertas de la cultura.
Y yo si no hubiera sido por este artículo que la noche del domingo leí por casualidad no hubiera conocido el nombre de esta mujer que destacó luchando por todas nosotras. Por eso, yo desde aquí, quiero rendir mi humilde homenaje a Antonia Gutiérrez Bueno, haciendo saber de su proeza, para que no quede en el olvido al menos por unos días.
Pero tampoco olvidemos que fueron muchas las mujeres que con su esfuerzo tejieron y seguirán tejiendo la historia con un suave olor a perfume.
 
Biblioteca Nacional en Madrid

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