martes, 3 de abril de 2018

La pensión 1º parte

Dos horas habían transcurrido desde que Anna se apeara del autobús que la llevó desde Cáceres a Madrid, en el andén de la estación esperó impotente la llegada de su amiga para recogerla en la estación, la cual parecía haber olvidado esa cita, después de dejar pasar un tiempo prudencial en la cual creyó que la espera estaba siendo demasiado prolongada  decidió salir de la estación, mientras sube las escaleras mecánicas desilusionada, siente cómo la sensación extraña de que se iba adentrando en un mundo que para ella era desconocido y al mismo tiempo desconcertante, una vez se encontraba en la calle, busca en su bolso de mano la libreta donde lleva anotada la dirección donde se alojaba su amiga. Mientras lee la dirección siente cómo le roza  una brisa helada y desagradable que la despeina, mientras tanto, distrae sus pensamientos dilatando sus fosas nasales lentamente para que se desprendiesen de ese olor que suelen inundar los andenes a  gasolina y a muchedumbre que todo  mezclado componen un hedor que a ella le pareció nauseabundo. 
A unos pasos de la estación, ve una parada de autobús, pues no había conseguido parar ningún taxi, Anna ignora el recorrido del autobús, por lo tanto no tiene ni idea de hasta dónde podía ir después de sacar el billete. Esta nueva aventura para ella le hace  olvidar sus temores, pues comenzó a sentirse emocionada de poder admirar Madrid desde una ventanilla de un autobús urbano, después de dejar pasar cinco paradas, decide apearse, pues empezaba a encontrarse  con síntomas de mareo.
Una vez en la acera, tira de su pequeño trole, le apetecía caminar, se para unos momentos, y mirando de un lado y otro recuerda con agrado una charla que mantuvo con una de sus amigas al anunciarle que pensaba pasar unos días en Madrid entonces una de ellas  –le dijo—cuando llegues a Madrid, tienes que tener en cuenta a donde te diriges, pues en la capital tienes que saber distinguir el Norte del Sur, ya sabes este detalle es importante que lo tengas presente.
Anna mientras recuerda la broma de su amiga sonríe al pensar que quizás tenía razón y que no era ninguna broma, pues se encontraba en una situación que no era capaz de distinguir los puntos cardinales, con este pensamiento sigue caminando, se sentía como si fuera una brújula destartalada después de haber sido pisoteada con las saetas partidas. Para un taxi, una vez sentada le da la dirección al taxista, el taxista la mira mientras de sus labios se escapa una sonrisa, ¿acaso es la primera vez que viene usted a Madrid? Anna se sorprende por la pregunta, y contesta seca—sí—
Diez minutos después, el taxista para ante la puerta donde un rótulo anunciaba—Pensión  Sur-.Entra observando el vestíbulo y todo lo que le rodeaba mientras espera que alguien aparezca, de pronto una voz que sale detrás de una de las puertas le sobresalta, ¿desea habitación? Anna busca con la mirada, pero sigue sin saber de dónde salía  aquella voz de mujer, y con el mismo tono de voz Anna contestó—sí—mientras esperaba que aquella mujer apareciera siente cómo su cuerpo empezaba a tensarse, la mujer no parecía tener prisas por salir de donde se encontrara, a medida que los minutos transcurrían y al no oírse ningún ruido dentro de la casa, este hecho hizo que se sintiera incómoda.
Cuando apareció la mujer y. al dirigirse a ella,  el tono de sus palabras le hicieron pensar que su amiga había tenido escasa fortuna al estar alojada en aquella pensión, la mujer, sin decir nada más se instaló tras el escueto mostrador, le pide la documentación, mientras la mujer se cerciora de que el carnet es correcto, Anna le dice que busca a una amiga que se hospedaba allí, llamada Rebeca, la mujer sin levantar la mirada de una de las libretas donde Anna supuso anotaba los nombres de los hospedados, le habla de manera displicente—creo que se está refiriendo a una chica que estuvo aquí, hospedada con ese nombre, pero de eso hace ya bastante tiempo, ahora recuerdo que empezó a salir con un chico y, un día pidió la cuenta, supuse que era para irse con él—eso es lo único que se de ella—si es que hablamos de la misma persona—dijo—levantando su desgreñada cabeza.
Anna no supo el motivo, pero después de hablar con aquélla mujer empezó a inquietarse, aquella chica de la que le habló, no debía ser la misma persona, pues estaba segura que, de haber sido la misma no le hubiera invitado a llegar hasta allí, mira de nuevo su libreta donde tenía anotada las señas y, estaban correctas ¿Qué motivo podía haber tenido Rebeca para mentirle faltando a su cita de la estación?, después de mirar el reloj Anna comprendió que no podía buscar otro alojamiento al no saber desenvolverse por la ciudad, tendría que esperar a que amaneciera un nuevo día, quizás entonces tendría las ideas más claras, pero aun así, no podía evitar sentirse presa de una gran incertidumbre.
La voz de aquella mujer le hizo volver a la realidad, tendría que aceptar la habitación que le ofreciera, pues no tenía salida alguna. Tras el pequeño mostrador, de nuevo la mujer revisaba su carnet de identidad con especial interés, Anna, espera impaciente para que se lo devuelva y, alarga la mano para cogerlo, asombrada ve cómo aquella mujer lo guardaba en un cajón, Anna ante este gesto se aterra.
 Segundos después y, a la espera de que le asignaran su habitación, oye unas voces, mira y, a lo alto del rellano del primer piso ve cómo dos hombres intentan bajar las estrechas escaleras  una camilla con dificultad donde supuso podían estar transportando un cuerpo, Anna cuando pasan por su lado, da un paso atrás hasta pegar la espalda en la fría pared y, entonces, supuso que, por la rigidez que mostraba ese objeto bajo la sábana que lo tapaba, que podía tratar de un cadáver.
Mientras tanto Anna observaba esta rara escena, la patrona de la pensión desaparece. Todo era muy extraño, la puerta por donde había desaparecido la mujer, de repente se abre de par en par empujada por una corriente de aire dejando al descubierto un patio lleno de cachivaches, latas vacías de conservas y diversas inmundicias, de pronto, una nueva ráfaga de aire hace que la puerta golpee la pared cómo si esta fuera dirigida por un mecanismo, haciéndole que esos golpes fueran continuados.
Anna no acababa de entender por qué aquella mujer se había quedado con su carnet, dejándola indocumentada, también observó que al meterlo en el cajón éste lo había cerrado con llave, metiéndosela en el bolsillo del delantal. Entonces comenzó a ponerse nerviosa pensó que quizás podía serle difícil salir de allí. Pero se calmó al pensar que al día siguiente buscaría  otro alojamiento. La mujer aparece de nuevo después tras haber dado una patada a la puerta, que con el impacto se cierra quedándola encajada al llevar las manos las ocupadas en anudarse el delantal que parecía haberse cambiado y, --dirigiéndose de nuevo a ella—le dijo—no se inquiete la única dificultad que tiene el hospedarse hoy aquí, es, que tiene que esperar hasta que limpien la habitación, pues hasta hace unos minutos no ha sido desalojada por su anterior huésped; y, señalando una puerta que se encontraba justo al lado de las escaleras, si lo desea, puede entrar en el salón, si le apetece también le puedo servir una cerveza—ya sabe estos servicios al ser extras se pagan al consumirse, Anna con un gesto de su mano le dice que no desea nada.
Entra en el llamado salón, echa un rápido vistazo, la estancia parece aceptable, los sillones se encontraban tapados con sabanillas de color granate, que seguramente disimulaban la suciedad acumulada que suele pegarse a la tapicería cuando tiene mucho uso, una mesa de centro  baja de madera con un cenicero de barro y un jarrón con flores de plástico, se encuentra ante el sofá, frente a este un aparador antiguo pintado con barniz, que le hacía brillar como si fuera de plástico robándole el encanto del mueble antiguo que hacía de soporte al televisor, en la pared un viejo tapiz moruno de los que solían comprar como recuerdo en Melilla los soldados españoles que cumplían allí  el servicio militar, allá por los años cincuenta, ante esta observación, por primera vez y desde que entró en aquella pensión de sus labios salió una tenue sonrisa; decide sentarse, y al mirar el suelo vio que las baldosas  eran hidráulicas, todo allí parecía sacado de un museo, a decir verdad, en aquella pensión parecía haberse parado en el tiempo.
Poco después piensa preocupada, qué era lo que podía haberle pasado a Rebeca, para que la dejara tirada en la estación, sabiendo que nunca había salido de Cáceres; para cambiar de pensamientos, mira su reloj de pulsera, y se extraña que a esas horas ya cercana a la cena aún no hubiera ningún huésped de la pensión viendo la televisión a  la espera de ser llamados al comedor,  pasan unos minutos y Anna sigue aferrada al asa de su maleta demostrando que sus nervios se encontraban en tensión, en aquel silencio, pudo oír una conversación a media voz que venía de otra de las habitaciones cerca del salón, que debía tener la puerta abierta, pues Anna pudo apreciar por el tono en el  que hablaban y  por la ansiedad que desprendían sus palabras, parecían estar dialogando sobre que algo grave les inquietaba.

Anna entretiene la espera poniendo atención a lo que hablaban aquellos hombres, y quiso entender que hablaban de algo que les inquietaba pareciendo que se encontraban ante un hecho lleno de dificultades, también pudo oír… esta vez su pulso se aceleró, que hablaban de un cadáver que tenía que ser eliminado, porque en el almacén donde provisionalmente lo habían llevado, no era seguro, he oído decir que han sustituido  al vigilante, por lo tanto  al ser novato, puede abrir el congelador en una de sus rondas para cerciorarse de que todo se encuentra en orden; por lo tanto hay que hacer algo cuanto antes, --qué digo-- de inmediato en el primer camión  que esté preparado para llevar mercancía a Francia trasladamos nuestro especial cargamento de esa manera estaríamos exentos de cualquier sospecha, porque una vez en Francia, puede hacerse cargo del camión uno de los nuestros, que sabe que es lo que tiene que hacer, --pero—dijo uno de ellos,  has pensado si por un casual el chofer no es tampoco el mismo de siempre. 



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