Cuando abrió los ojos pudo ver que el harapiento
estaba muerto, boca abajo, con las águilas custodiando su cadáver. De repente
se oyó un ruido, era algo que rebotaba contra el adoquinado del suelo de la
calle, era el carro de la basura que se acercaba arrastrado por un hombre que manejaba
con desgana la escoba, se tranquiliza al saber que tenía un testigo en el barrendero
en el caso que le incluyeran en una investigación, pues con su poder, le podía
obligar a decir lo que fuera para él más favorable, hasta podía llegar a
darle un puesto en el ministerio, siempre que mantuviera la boca sellada.
De pronto, el barrendero al acercarse a él, se
transforma, era el camarero que despreció en aquel teatro. Sin darle tiempo a
reaccionar, una sombra acompañada de una bruma
lo envuelve. El barrendero en ese instante se sumió en un estado de
ensimismamiento, que hizo creer a Juan que
estaba disfrutando con el terror que sentía él, que era un hombre importante,
cuando atónito observó que el camarero tenía la boca manchada de sangre.
Pero Juan, como era de sentimientos volubles, sólo
podía pensar en aquel hombre que yacía en el suelo y que pronunció su nombre, quiso advertirle de
algo, que no llegó a concretar. Poco después pensó para calmar su conciencia, pensó
que aquel hombre sólo había intentado hacerse pasar por loco, pero eso ya no le
importaba, pues estaba muerto.
Cuando miró a su alrededor se dio cuenta de que allí,
en aquella calle oscura y estrecha no había nadie más que él, el barrendero
había desaparecido. Entonces vio que junto al cadáver del harapiento empezaron
a surgir miles de sanguijuelas sedientas pues ya no tenían sangre para chupar. Juan, desconcertado supo que se encontraba
entre vampiros.
¿Era acaso él
uno de ellos?
Ese puesto
que creyó era importante ¿no sería su cometido el chupar sangre a los incautos?
Juan por primera vez en su vida se encontraba
aterrado, había sido cabeza de turco para unos cuantos corruptos, esos que
desde siempre fueron llamados
delincuentes por “amañar” lo ajeno.
El mito de aquellas muertes que presenció, eran
avisos para el que no cumpliera con su deber, ¿entonces por una vez en su vida
había hecho algo bien? ¿Le habían dado ese trabajo como trampa para que fueran
desenmascarados, unos cuantos políticos de tres al cuarto, que se aprovechaban
de su poder para hacerse ricos?
Ahora para Juan, todo empezaba a tener forma, los
ciudadanos pedían una transformación que perdurara en el hilo de los tiempos,
para que los ineptos ambiciosos nunca pudieran llegar a tener un puesto
relevante en la sociedad.
Aquella mañana, en la portada de la prensa, con
letra grande y en negrita, anunciaba que por causas extrañas se habían
encontrado los cadáveres del ministro de Fomento, junto con sus colaboradores. Los
cuerpos se encontraban boca abajo, cubiertos por cientos de sanguijuelas.
¿Les habrían chupado la sangre?
Desde esos momentos, los cargos de todos los
ministerios serían vigilados, por una sombra implacable a la cual nunca le
verían la cara.
Juan, sin más un día desapareció, nadie se preocupó
por su ausencia.
Poco después
alguien lo vio en un antro de mala muerte, con los ojos enrojecidos y la
boca manchada de sangre.
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