Anna
es una de esas jóvenes de mundo adentro, esquiva, daba la sensación al mirarla
que era de las que parecía feliz con su aislamiento. En la habitación de su
casa donde vive desde no hace mucho tiempo, se encuentra a gusto. Todo cambió
en su vida cuando leyó una crónica que hablaba Del Bosco, un pintor que desde
el primer momento que supo de su existencia le fascinó.
Las
paredes de la casa en la que vivía eran oscuras debido a esa humedad perenne
que se encontraba en las deterioradas paredes y hacía que el encalado apareciera
grisáceo y con su opacidad hábilmente sabía esconder la historia de un
pasado, tal vez llena de un misterio tenebroso.
Anna
desde que decidió instalarse allí, dejó de tener contacto con las amistades que
solía frecuentar, parecía no importarle nada lo que estuviera relacionado con
personas. La casa que había elegido para su aislamiento se encontraba situada
en las afueras de la capital madrileña, no era precisamente un lujoso Cigarral
dónde los más pudientes suelen retirarse los fines de semana para descansar de
su ajetreada vida en sociedad, pero si podía presumir de un privilegiado enclave
que para ella tenía una peculiaridad muy especial, y es que, desde su ventana se podía contemplar
el majestuoso Monasterio del Escorial, adónde cada lunes a las diez de la
mañana y desde que se instaló en aquella casa, cómo si se hubiera marcado un ritual, acudía a visitarlo.
Aquel día, antes de entrar en el Monasterio,
contemplaba por unos minutos la oscura fachada del edificio, intrigándole el
motivo de su atracción; a veces, burlaba a los vigilantes y entraba a horas
intempestivas. Al no ser sorprendida se adentraba por pasillos estrechos y
laberínticos hasta llegar a uno de los claustros, dónde sin comprender el motivo sentía sensaciones
especiales al encontrarse en contacto con aquel lugar, pues creía verse
envuelta en un microcosmos que le hacía olvidar hasta su nombre.
Dentro
de aquel edificio, cada paso que daba por los pasillos le demostraba que algo
especial se escondía dentro de sus paredes un magnetismo que no sabía cómo explicar.
¿Sería acaso este lugar el llamado Ciudad de
Dios?
Era
notorio, y conocido por todos que era un lugar donde se encontraba el centro
del conocimiento, no solo de libros pinturas y reliquias que allí se guardan,
si no, en el diseño especial de una arquitectura que sin duda a Anna le parecía
sagrada.
Anna
pensó que algo extraño pasaba cada día en aquel edificio, pues supo que antes
de su construcción alguien poderoso sugirió que éste debía ser su enclave pues tenía que ser especialmente
ubicado en aquella parcela, la cual y desde siempre, había sido clasificada con
total secretismo hasta que en su día empezó la construcción, interviniendo en
el proceso prestigiosos magos y cabalistas
dando así por sentado que eran
ciertos los rumores de que ese punto
geográfico era especial para el enclave de un edificio singular.
Anna
después de unos momentos de reflexión sale del claustro y se une a un grupo de
turistas, que cómo un rebaño de ovejas arrastraban sus pies por las galerías,
interesándose por saber qué misterios guardaban esas pétreas paredes que
parecían palpitar, querían saberlo todo, pues era uno de los requerimientos de
los visitante.
Para Anna sin embargo, sus visitas tenían otra
intención, quitarse de la cabeza una obsesión que necesitaba para reconciliarse con la vida normal.
El
grupo de turistas hace una parada ante un tríptico, Anna mira la tabla y de
repente su semblante cambió. Ante ella cómo una alucinación aparece El Jardín de las Delicias y ante esta
inesperada aparición, se queda muda, siempre supo que había sido un pintor
extraño pero lo realmente extraño era que ese cuadro se encontrase en un sitio
sagrado, pues este pintor era contrario a la religión católica, hasta donde
pudo saber Anna, El Bosco había
pertenecido a una sociedad secreta llamados “Los Adomitas” los cuales tenían la
peculiaridad de rezar desnudos mientras
creían esperar el fin del mundo.
También
sabía que hubo rumores de que este pintor estaba obsesionado con la muerte al igual que Felipe
II.
¿Serían tal vez dos almas gemelas unidos por
el deseo de encontrar algo que no se puede ver ni tocar?
Continuará...
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