¿Qué hacía aquel cuadro allí?
¿Pues no se encontraba expuesto
en el Museo Nacional Del Prado?
Anna se inquieta al no estar
segura de lo que estaba viendo, pero, si, estaba segura porque lo estaba contemplando, ante ella se encontraba el tríptico Del Bosco.
La tabla representaba el tercer día de la creación como el mismo
artista imaginó ¿Serían tal vez dos almas gemelas Felipe II Y ÉL? Porque al
parecer parecían encontrarse unidos por un débil cordón que no era otra
cosa que la del deseo de encontrar algo que no se pudiera ver ni tocar, para
que los liberara de la muerte. Entonces
dedujo, que El Bosco antes de pintar el cuadro que le daría su mayor fama, debió
cambiar repentinamente su forma de ver
las cosas y, como un poseso, comenzó de
manera convulsiva a adquirir reliquias de Santos llegando a acaparar todas las
que estaban a su alcance, este hecho le hizo aún más especial, tanto, que
cuando comenzó a pintar el cuadro de El Jardín de Las Delicias, no solo siente
que se recrea en la pintura, si, no, que vuelca en estas tablas toda su imaginación de hombre insatisfecho
y, de anhelos frustrados que al
mezclarlos con los sentimientos encontrados que le hacían sufrir enormemente, entonces
le invadía un miedo que le hace
adentrarse en los demonios de la noche llegándole a producirle un gran temor
ante la vida y, también ante la muerte, no dejándolo sosegar ni por un momento este atormento que le producía este terror, pero, a pesar de tanto
desasosiego continuó investigando en lo más profundo de su ser y, no dudó en
cuanto tuvo la oportunidad de introducirse en el oscuro y misterioso mundo de
la alquimia.
Anna ya no creía estar viendo
aquel cuadro igual que cualquier
turista, lo que veía era lo que estaba
analizando en su mente, haciéndose participe de la vida que vivió aquel pintor,
pues era semejante a la suya, hasta qué
un día amargo decidió vivir en aquella casa, desde entonces su vida comenzó
a encontrarse aún más llena de
contradicciones.
El Bosco—sigue Anna con sus
elucubraciones—era un ser raro donde los haya, se hizo construir un laboratorio
destinado a fabricar oro con productos
químicos que nunca se llegó a saber si lo pudo conseguir.
Mientras pintaba en la soledad de
su estudio, solía dar rienda suelta a su fantástica imaginación, hasta tal
punto que cuando llegaba a lo más álgido de su creación pensaba en el
Monasterio del Escorial, también en su construcción que para el ese
enclave pertenecía a otra dimensión,
solo por encontrarse enclavada en una tierra de secretos geográficos, en el
cual después de haber hecho algunas investigaciones junto con algunas que otras cábalas sobre esta parcela, sacó la conclusión de que ese
Monasterio se había ubicado en la misma puerta del infierno. Significándolo de
manera especial en su cuadro mostrando con su pintura que aquel lugar guardaba
en sus entrañas el fuego eterno del infierno donde las almas pecadoras arden
para toda la eternidad.
El pintor, según imaginaba Anna,
no parecía dejar de hacer sus elucubraciones sobre este enigmático y grandioso
monumento arquitectónico, pues después
de hacer muchas y especiales pesquisas,
llegó a saber que esta construcción había coincidido “casualmente” justo con la
destrucción del Templo de Salomón, el Templo más sagrado de la cristiandad.
En esos momentos el grupo de turistas, en el cual se incluía
ella, es guiado hacia otra galería, de
repente el ambiente en aquella parte del Monasterio se estaba haciendo
insoportable, se notaba algo enrarecido, intranquilizante, pero, era solo para
Anna, y para algunos de los turistas más sensibles como ella.
Entonces Anna se rezagó del grupo
para observar por unos momentos los
muchos vanos que se prodigan en las paredes del recinto, uno de ellos al paso
de Anna y de improviso se abre, Anna se queda varada ante esta visión, algunos
turistas se acercan a ella, de pronto por aquel hueco que interrumpía con brusquedad el muro, se abre una oquedad
que da paso a un túnel oscuro y lúgubre por donde salían unos escalofriantes
ladridos de un perro, que paulatinamente
iban convirtiendo en aullidos
lastimosos.
Ante
estos sonidos los turistas corren espantados refugiándose en una de las
estancias que también se encontraba en penumbra, de pronto de las paredes de
aquella estancia comenzó a emanar un hedor intenso a cianuro, todos aterrados
retroceden, no querían permanecer ni un minuto más en aquel lugar, pero de
repente la sala se convirtió en un pasadizo por donde los aullidos de aquel
perro se hacían más y más audibles.
Alguien con una voz que parecía
salir de ultratumba, dijo en voz alta, salgamos de aquí, mientras su cuerpo se
agitaba, de su boca empezaron a salir sonidos que intentaba parecieran
palabras.
En medio de aquella delirante
situación, se pudo oír una voz ronca cómo un trueno que-informó-- el ruido que
estamos escuchando no es casual es el que hace el Cancerbero; el monstruo
maldito que protege el Averno.
Entonces un enorme animal peludo asomó
por uno de los vados cabeceando su testuz, mientras enseñaba los colmillos
grandes y afilados.
De repente ante los asustados
turistas apareció un hombre que con su
enorme cuerpo tapa la puerta de salida, estaba vestido de negro, tan solo
miraba sin decir nada.
Sin duda, los que allí se
encontraban pensaron que estaban viviendo una pesadilla, entonces Anna quiso
creer que quizás El Bosco el propio Bosco vivió en sus propias carnes un suplicio similar, el cual le inspiró a que
pintara en el cuadro algo de sus inquietudes haciendo impregnar en él situaciones de terror que supo unir
magistralmente con su magnetismo a las imágenes desinhibidas que pintó con respecto al sexo.
¿Qué hacía aquel cuadro allí?
¿Pues no se encontraba expuesto
en el Museo Nacional Del Prado?
Anna se inquieta al no estar
segura de lo que estaba viendo, pero, si, estaba segura porque lo estaba contemplando, ante ella se encontraba el tríptico Del Bosco.
La tabla representaba el tercer día de la creación como el mismo
artista imaginó ¿Serían tal vez dos almas gemelas Felipe II Y ÉL? Porque al
parecer parecían encontrarse unidos por un débil cordón que no era otra
cosa que la del deseo de encontrar algo que no se pudiera ver ni tocar, para
que los liberara de la muerte. Entonces
dedujo, que El Bosco antes de pintar el cuadro que le daría su mayor fama, debió
cambiar repentinamente su forma de ver
las cosas y, como un poseso, comenzó de
manera convulsiva a adquirir reliquias de Santos llegando a acaparar todas las
que estaban a su alcance, este hecho le hizo aún más especial, tanto, que
cuando comenzó a pintar el cuadro de El Jardín de Las Delicias, no solo siente
que se recrea en la pintura, si, no, que vuelca en estas tablas toda su imaginación de hombre insatisfecho
y, de anhelos frustrados que al
mezclarlos con los sentimientos encontrados que le hacían sufrir enormemente, entonces
le invadía un miedo que le hace
adentrarse en los demonios de la noche llegándole a producirle un gran temor
ante la vida y, también ante la muerte, no dejándolo sosegar ni por un momento este atormento que le producía este terror, pero, a pesar de tanto
desasosiego continuó investigando en lo más profundo de su ser y, no dudó en
cuanto tuvo la oportunidad de introducirse en el oscuro y misterioso mundo de
la alquimia.
Anna ya no creía estar viendo
aquel cuadro igual que cualquier
turista, lo que veía era lo que estaba
analizando en su mente, haciéndose participe de la vida que vivió aquel pintor,
pues era semejante a la suya, hasta qué
un día amargo decidió vivir en aquella casa, desde entonces su vida comenzó
a encontrarse aún más llena de
contradicciones.
El Bosco—sigue Anna con sus
elucubraciones—era un ser raro donde los haya, se hizo construir un laboratorio
destinado a fabricar oro con productos
químicos que nunca se llegó a saber si lo pudo conseguir.
Mientras pintaba en la soledad de
su estudio, solía dar rienda suelta a su fantástica imaginación, hasta tal
punto que cuando llegaba a lo más álgido de su creación pensaba en el
Monasterio del Escorial, también en su construcción que para el ese
enclave pertenecía a otra dimensión,
solo por encontrarse enclavada en una tierra de secretos geográficos, en el
cual después de haber hecho algunas investigaciones junto con algunas que otras cábalas sobre esta parcela, sacó la conclusión de que ese
Monasterio se había ubicado en la misma puerta del infierno. Significándolo de
manera especial en su cuadro mostrando con su pintura que aquel lugar guardaba
en sus entrañas el fuego eterno del infierno donde las almas pecadoras arden
para toda la eternidad.
El pintor, según imaginaba Anna,
no parecía dejar de hacer sus elucubraciones sobre este enigmático y grandioso
monumento arquitectónico, pues después
de hacer muchas y especiales pesquisas,
llegó a saber que esta construcción había coincidido “casualmente” justo con la
destrucción del Templo de Salomón, el Templo más sagrado de la cristiandad.
En esos momentos el grupo de turistas, en el cual se incluía
ella, es guiado hacia otra galería, de
repente el ambiente en aquella parte del Monasterio se estaba haciendo
insoportable, se notaba algo enrarecido, intranquilizante, pero, era solo para
Anna, y para algunos de los turistas más sensibles como ella.
Entonces Anna se rezagó del grupo
para observar por unos momentos los
muchos vanos que se prodigan en las paredes del recinto, uno de ellos al paso
de Anna y de improviso se abre, Anna se queda varada ante esta visión, algunos
turistas se acercan a ella, de pronto por aquel hueco que interrumpía con brusquedad el muro, se abre una oquedad
que da paso a un túnel oscuro y lúgubre por donde salían unos escalofriantes
ladridos de un perro, que paulatinamente
iban convirtiendo en aullidos
lastimosos.
Ante
estos sonidos los turistas corren espantados refugiándose en una de las
estancias que también se encontraba en penumbra, de pronto de las paredes de
aquella estancia comenzó a emanar un hedor intenso a cianuro, todos aterrados
retroceden, no querían permanecer ni un minuto más en aquel lugar, pero de
repente la sala se convirtió en un pasadizo por donde los aullidos de aquel
perro se hacían más y más audibles.
Alguien con una voz que parecía
salir de ultratumba, dijo en voz alta, salgamos de aquí, mientras su cuerpo se
agitaba, de su boca empezaron a salir sonidos que intentaba parecieran
palabras.
En medio de aquella delirante
situación, se pudo oír una voz ronca cómo un trueno que-informó-- el ruido que
estamos escuchando no es casual es el que hace el Cancerbero; el monstruo
maldito que protege el Averno.
Entonces un enorme animal peludo asomó
por uno de los vados cabeceando su testuz, mientras enseñaba los colmillos
grandes y afilados.
De repente ante los asustados
turistas apareció un hombre que con su
enorme cuerpo tapa la puerta de salida, estaba vestido de negro, tan solo
miraba sin decir nada.
Sin duda, los que allí se
encontraban pensaron que estaban viviendo una pesadilla, entonces Anna quiso
creer que quizás El Bosco el propio Bosco vivió en sus propias carnes un suplicio similar, el cual le inspiró a que
pintara en el cuadro algo de sus inquietudes haciendo impregnar en él situaciones de terror que supo unir
magistralmente con su magnetismo a las imágenes desinhibidas que pintó con respecto al sexo.
¿Acaso estaba mandando un mensaje donde el
desenfreno no lleva a nada bueno?
¿Y por qué esa obsesión con el infierno?


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