cabeza parecía dar vueltas, era como si estuviera metida, o
más bien viviendo en directo y de lleno
en una historia que se me antojaba rara, casi inimaginable, entonces,
sin apenas darme cuenta ante mí y con estupor mis ojos se abrieron
desmesuradamente pues apareció de la nada un ser grande, poderoso, yo encogí mi cuerpo,
me encontraba asustada, una ola como una lengua cálida y espumosa lamió mis
pies descalzos, entonces al reaccionar descubrí que era Poseidón, el rey del mar, que, emergía
de las profundidades buscando a su esposa la bella Anfitrite, parecía furioso,
pues decía a voces que no sabía nada de
ella desde que se alejó de su lado, contándole la historia de que debía emerger hasta la superficie porque necesitaba jugar con sus hermanas las Nereidas en la isla de Naxo.
Yo ni siquiera sabía por qué me encontraba allí admirando
aquel insólito espectáculo, ni tampoco como pude saber que era Poseidón el que
se encontraba ante mí, siempre supe por la mitología de que estuvo enamorado de
su esposa y, que, nada más verla por primera vez, cayó rendido a sus
encantos, de ese modo sin pensarlo se desposó con
ella convirtiéndola en reina del mar y
de los ríos.
Mi cabeza seguía girando sin un segundo de tregua imaginando
cosas extrañas.
¿Sería la consecuencia
del estrés vivido durante la última semana?
Todo era tan absurdo,
¿Desde cuándo y cómo supe yo qué Poseidón había dejado de amar a su esposa? Pero si pude
apreciar por la furia que desprendían los ojos de Poseidón, que no eran de un
ser enamorado, la buscaban, eso sí, cómo un esposo que se sabe traicionado y despechado,
todo comenzó desde el momento en que
supo qué Anfitrite se había alejado de él enterada de
su desamor. Más tarde, Anfitrite al saber que estaba siendo perseguida por su
esposo, con gran tristeza pero airada se encaminó en pos de una maga, para que
pusiera solución a su problema, no tardó mucho en encontrarla, entonces después de contarle su
aflicción le pidió que hiciera algo que fuera efectivo para su propósito y,
sin pensar las consecuencias, se hizo de
una hierba mágica, que, arrojó en el
manantial donde cada día solía bañarse la ninfa favorita de Poseidón, que era
la causante de su desesperación.
A la mañana siguiente,
al sumergir la Ninfa su cuerpo en el agua de la fuente dónde había echado
Anfitrite la hierba mágica; la bella ninfa, se transformó en un horrible
monstruo, que al verse reflejada en las aguas de la fuente, hizo que corriera
de espanto hacia el mar para quedarse para siempre en el fondo, donde nadie la
pudiera encontrar.
Pero el enfado de Poseidón se acrecentó aún más al saber lo
que había sido de su Ninfa y, qué los
hijos que tuvo con Anfitrite, se habían confabulado con su madre al inculcarle ésta,
un odio feroz hacia él. Poseidón, ante esta situación montó
en cólera, encontrándose poco después en un estado de frenético delirio, no
obstante entró en el barco para
buscarla, no la encontró, la nave se encontraba vacía, entonces y, ante este
inesperado desaire del que creyó había
sido objeto por parte de la que aún era
su esposa; dio de nuevo rienda suelta a su
ira que se acentuó, hasta el punto que hizo que se produjera una
erupción de agua tan grande utilizando su tridente, que los vientos empezaron a ulular creándose de esa manera las tempestades.
Yo, ante esta visión increíble no podía moverme, mis piernas
y los pies se habían clavado en la arena dejándome inmovilizada, entonces fue
cuando descubrí que Poseidón fue el primer dios, según los griegos, él sólo con su fuerza podía dominar el mar. Pero con todo el poder que poseía no llegó a pensar que había engendrado dos hijos tan crueles
cómo él.
Entonces yo, al contemplarlo sentado en el suelo junto a proa
y cómo bañaba sus pies en el mar, me
hizo pensar que aquel gigante se había calmado y, fue cuando vi tranquilizadora cómo acariciaba con la punta de sus dedos las apacibles
aguas; entonces, y de momento todo cambió pues pasó algo que jamás podré
olvidar, del mar empezaron a salir monstruos de todos los tamaños, que Poseidón
conforme estos iban saliendo a la superficie cómo si de un niño pequeño sé
tratara, comenzó a jugar con su tridente, los pinchaba uno a uno, para poco después devolverlos al mar maltrechos.
Horrorizada, seguí mirando desde mi atalaya, parecía que su ira iba en aumento de nuevo y, que
ante su desbordante enojo, confundido, quizás no supo diferenciar a los
monstruos cuando estos salían del mar, creándole la dudaba de, que tal vez, se regocijaba el pensar de
que entre los que había pinchado con su
tridente, pudiera encontrarse Anfitrite.
Entonces ordenó a las
olas que anegaran todas las playas hasta no quedar nadie vivo en ellas.


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