Marta, se encontraba sentada en
el sofá de su salón, mirando fijamente el tablero de ajedrez que se encontraba
encima de una mesita auxiliar, donde cada noche, y desde que contrajo
matrimonio y, como si nada más importante hubiera que hacer en el mundo, su
esposo, junto con su hermano, jugaban cada noche y sin pestañear una partida
que, en algunas ocasiones, se encadenaban una tras otra, aquellas jugadas
podían llegar a prolongarse hasta muy
entrada la noche. Ella, siempre esperaba hasta el término de la partida, para
prepararles un café con unos dulces, para que se les aliviara el desgaste
producido por la partida.
A Marta, lo que más le irritaba
y, que cada día le era más imposible de soportar, era la cara de estúpidos que
ponían al término de esta. Eran tan engreídos y vanidosos, que en realidad
ni tan siquiera se jugaban nada para así
poder hacer más interesante la partida.
Eran los dos tan anodinos, que a
veces desde el silencio y, cuando ella levantaba la mirada del libro que estaba
leyendo para dirigirla hacia el tablero; observaba, que, a ninguno de los dos ellos
que se creían tan listos y tan inteligentes, nunca se les había ocurrido, que,
ante una buena jugada, nunca se debe despreciar al peón, sobre todo, si, lo que
pretendes, es vencer a tu contrincante; el jugador, no puede olvidar jamás
durante la partida, que un peón, bien colocado, puede llegar a tener más poder
que un rey.
Una mañana al levantarse, y
después de desayunar, sintió una extraña sensación de vacío y debilidad en las
piernas; nunca hasta ese momento se había puesto a pensar tan detenidamente en
cómo estaba transcurriendo su vida, esa clase de vida que desde años le estaba
asfixiando.
De repente se dirige al cuarto de
baño, se mira al espejo, y el espejo le devuelve una imagen que le
desconcierta, pues allí, reflejada estaba la cara de una mujer joven,
demacrada, que en torno a sus hermosos ojos; unos ojos que siempre fueron objeto
de admiración, ahora, se mostraban con una aureola de un horrible color
grisáceo.
En unos momentos reacciona; coge
una barra de labios y, se da un toque en aquellos pómulos que lucían níveos
como la misma muerte; pero que al instante con la ayuda de un lápiz labial, se
tornaron de un color sonrosado. Se dirige al armario, toda la ropa que tenía
estaba pasada de moda, elige la que le parece la más adecuada; en unos momentos,
hace el equipaje, ya lo tenía decidido: Desde ese momento, su vida sería otra.
Con la maleta en la mano empezó a
abordarle ese sentimiento absurdo de remordimiento que le hace retroceder unos
pasos, pero reacciona y, sale de aquella casa que nunca supo el por qué, pensó
si en realidad había sido alguna vez suya. Por qué siempre que regresaba de la
calle y, cuando se encontraba en el vestíbulo, le entraba un intenso dolor de
cabeza. Pero aquella mañana, cuando abrió la puerta para salir, quedaba tras
ella, un silencio que tan solo fue roto por el aullido lastimero de un perro
que el viento parecía arrastrar hacia el olvido.
Cuando aquella mañana bajaba los
cinco peldaños que la introducían hacia un destino desconocido,--se dijo,--Soy tan insignificante, que si desaparezco
de la faz de la tierra, nadie preguntará por mí, y el mundo seguirá girando
igual y, no pasará nada.
En el trayecto Cáceres—Madrid, ya
no le atormentó, ninguna duda. Cuando llegó a Barajas, saca un pasaje en
las aerolíneas italianas. Era una necesidad para ella el
poder pasear con la mente despejada por aquellos prados que tanto soñó,
tapizados de bosques y, también poder admirar vertientes salvajes y sentir al
mismo tiempo cómo te crujen las cervicales cuando haces el esfuerzo de querer
alcanzar con la vista, las afiladas crestas de los grupos rocosos que, un día,
no supo cómo se enteró que existían en los Alpes italianos, donde al atardecer
en las montañas rocosas llamadas
Dolomitas, éstas se tiñen de color rosa casi transparente, y otras veces como
si fueran hechizadas quizás , influenciadas por él sol, se tiñen de color rojo.
Marta, cuando llega a Italia,
desde el aeropuerto se traslada en autocar hacia la región de Trentino, desde
allí, en un taxi se dirige a Alto Adagio, donde se hospedaría en una cabaña de
estilo tirolés, según decía
la publicidad y, que se hallaba situada en mitad de un prado de belleza
inigualable, donde ella, previamente
desde el aeropuerto de Fiumicino, había contratado una habitación para
alojarse.
Cuando llega a su destino, ante
sus ojos se extiende un gran valle
salpicado de típicas cabañas tirolesas; tal como decía la información que leyó en el folleto. Cuando
llega a la cabaña que había contratado, se instala en una confortable
habitación, al cerrar pudo ver que grabado en metal en la puerta se encontraba
el número trece. Una vez dentro de la habitación, al cerrar la puerta, no supo
cómo, pero creyó oír, una suave melodía de Verdi, al mismo tiempo, un olor se
extendió por la habitación arropándola como un manto suave y perfumado, que la
envolvió, mientras, creía ser transportada hacia uno de los picos más alto de
las Dolomitas, donde su cuerpo, por unos instantes creyó, se había fundido con
aquella maravillosa marmolada.
............. (continuará....)
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