viernes, 20 de mayo de 2016

El charlatán (final)



Pero algo extraordinario les pasó, pues fueron transportados en el espacio y tiempo, entonces se vieron vagando por OakIsland (Nueva Escocia), ninguno se preguntó que hacían allí en una isla poblada de enormes robles que lo hacían tenebroso, la floresta era tan espesa que no dejaba pasar la claridad del día pues hacía el efecto de un techo verdoso que parecía querer aplastarlos, entonces sus miedos se convirtieron en terror, el suelo empezó a temblar, no se encontraban seguros aquel espacio boscoso, era una visión infernal.
Tras un enorme roble, vieron que un grupo se acercaba a ellos, blandían espadas y antorchas que desprendían un intenso olor dulzón que les  estremeció, un fuerte impacto les hizo salir despedidos del carruaje, entonces atónitos pudieron contemplar que ante ellos apareció una gran oquedad que se tragó el carruaje, de pronto aquel enorme socavón desapareció tapado por una enorme capa de arcilla y ramas de roble.
Los tres con el horror escrito en sus rostros vieron cómo los soldados templarios hacían excavar otro pozo a los asaltantes, los cuales una vez terminado el pozo fueron arrojados a él sin miramientos. Con los labios resecos esperaban órdenes, no sabían de quien, entonces ven acercarse a ellos uno de los templarios que con voz serena les dijo:
    Si queréis, podéis unirnos a nosotros, el viaje es largo pero sencillo de andar, ante ellos se encontraba Jacob de Mulay  que los miraba agradecido pues gracias a ellos y junto con su astucia nunca se encontraría el tesoro de los Templarios.
Mientras tanto en París, el Rey Felipe “El Hermoso”, ahogaba su ansiedad cazando. Un buen día y mientras galopaba por el bosque persiguiendo una pieza de caza tuvo un desdichado accidente.
 ¿Acaso no era un experto conocedor de aquel bosque y un hábil cazador?
Pocos días después y en el Palacio Episcopal, el Papa Clemente V agonizaba aquejado de una rara  enfermedad que cubrió su cuerpo de llagas hasta matarlo, su sufrimiento fue descrito cómo si su cuerpo hubiera tenido una hoguera interior que lo destruyó.
Desde entonces, los ambiciosos, sean de la condición y ralea que sean, pretenden encontrar el tesoro de los Templarios, Orden de los pobres Caballeros de Cristo, aquellos que con honor guardaron el Templo de Salomón.
Pero la ambición guarda para sí una especial característica, que no es otra que la de buscar donde se supone debe estar, pero pocos llegan a pensar que si se pudo burlar a un Rey y a un Obispo, tal vez es porque no se sabe buscar bien o porque la ambición nos ciega, hasta el punto de no ver más allá de nuestras narices.
¿Será esta la maldición de Jacob de Mulay? 







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