¿Hola…
hay alguien?
Cada
vez que Anna iba a la casona de campo, al abrir la pesada verja sentía
sensaciones extrañas, y cuando se encontraba en la puerta, nada más abrirla
hacía cómo siempre y, por costumbre la misma pregunta, una pregunta sin respuesta,
pues sabía que no había nadie que pudiera contestar, pero para ella era como un
rito, pues lo hacía para cerciorarse de
su soledad que desde hacía un año buscaba para sosegar su alma.
Atraviesa
el zaguán, sube hasta el primer piso, entra directamente a su alcoba abre el
maletín de mano que era el único equipaje que llevaba cuando iba a la finca, saca
un libro el cual pensaba leer en el paradisiaco silencio del jardín. Era un día
de otoño precioso, allí en aquel entorno entre olivos y madroñeros se
sentía relajada, pues creía que era el
sitio ideal para desprenderse de todo aquello
que le molestaba.
Aquella
finca la había recibido su abuelo como herencia de un pariente que nunca llegó
a conocer, pero al ser la herencia legal en aquel extraño testamento donde los
documentos sin duda alguna eran originales con la firma del donante incluido el
sello del notario.
El abuelo, después de recibir aquel legado no
sin tener algunas reservas, pronto supo que hacer de aquella finca y de aquella casona
vieja del 1800, pues la transformó en una magnífica estancia donde toda la
familia se sentía feliz disfrutando del paisaje extremeño en los meses de
verano.
Anna
abandona la casa para dirigirse al jardín, con el libro bajo el brazo y una
botella de agua sube las escalinatas de granito sintiéndose afortunada al
percibir en sus fosas nasales el agradable aroma que desprende la tierra húmeda
después de que ésta hubiera soportado una tormenta el día anterior. Aquel
entorno siempre le fascinó, el jardín es uno de esos jardines que están
diseñados para el uso y disfrute de los dueños. ¿Pero quienes fueron los
primitivos dueños?
Anna
se encamina hacia su lugar preferido, un banco de piedra que circundaba junto
con otros más del rectangular espacio que guarecido por un bello enrejado
parecía una bandeja de jugosas frutas, del mismo material del banco una mesa que hace de soporte a la botella de agua,
bebe un sorbo su mirada parece perdida, su cabeza pensante como era por costumbre
en ella, desde hacía un tiempo era incapaz de discernir lo que le angustiaba,
pero allí en aquella soledad sentía que no había motivos para la lucha con la
que hacía tiempo estaba conviviendo,
cierra los ojos y, quiere pensar que la naturaleza en esos momentos era su
aliada.
Abre
el libro, pero algo le impide que se centre en la lectura, entonces empezó a
sentir frío, se cubre con el chal, su mirada melancólica le hace contemplar el
jardín que desde siempre le había producido una rara atracción, ese día lo veía
más que nunca enigmático, y decidió al no centrarse en la lectura analizar toda
su flora y ornamentación.
La
vereda se encontraba cubierta por un manto de hojas amarillas, crujientes que
al ser transportadas y arrastradas por la brisa crepitaban con ese ruido
característico que hace creer que arrastran algo pesado, Dirige su atención al
centro del jardín donde se encuentran cuatro torretas o monumentos funerarios orientales, con el aspecto
ennegrecido por su larga exposición a
las inclemencias del tiempo.
A
Anna nunca no supo cómo por primera vez se le había ocurrido preguntarse el por
qué se encontraban allí aquellas horribles torretas y si eran monumentos
funerarios que estuvieran guardando restos de los antiguos propietarios… Anna
empezó a hacer elucubraciones que creyó eran acertadas, si, no ¿Qué motivos
imperantes había para que fueran llevados desde Corea? Sus pensamientos son
irrumpidos por el ruido de unas pisadas, se sobresalta, mira a su alrededor,
pero no ve a nadie. Sigue con sus cábalas sobre los motivos que pudieran haber
tenido los primitivos dueños de aquella finca
para trasladar estas piras funerarias desde tan lejanas tierras hasta
Extremadura y sólo para que fueran ubicadas
en el centro del jardín. Alguna razón poderosa tenía que haber. Pues hasta dónde
ella podía llegar en lo que sabía de historia los aguerridos conquistadores
extremeños no llegaron hasta esos confines.
Anna
no encontraba la lógica.
Empezaba
a anochecer una brisa cada vez más fría enrareció el ambiente, se levanta para
entrar en la casa, pero cuando intentó abrir la verja para salir del jardín
algo inusual le llamó poderosamente la atención que le produjo una convulsión
que la dejó paralizada. De aquellas torretas
y por sendas ventanitas o huecos,
empezó a salir un humo de color amarillo, denso que, parecía tener una textura
gelatinosa, este fenómeno inexplicable en unos momentos empezó a fundirse
formando un grupo compacto que parecía una familia.
Los
contempla, su cabeza no parecía querer tener conciencia de lo que estaba
presenciando, era cómo una de esas representaciones pictóricas donde el pintor
traduce con los rasgos de su pincel,cómo es la felicidad. Anna cuando reacciona
la primera intención es la de salir corriendo, pero algo invisible y poderoso
se lo impide, pues sentía los pies pegados al suelo, ante este desconcierto que
siente el libro se resbaló de su mano, pero antes de llegar al suelo ocurrió
algo inesperado mágicamente el libro voló hacia esos seres que lo recibieron
con júbilo, la figura que parecía ser la dominante de aquel grupo les manda
callar, abre el libro y, como un maestro rodeado de sus discípulos comenzó a
leer en voz alta.
Pero
Anna no sospechaba que aún le aguardaba muchas más visiones incomprensibles.
La
lectura estaba siendo narrada en el
idioma coreano con voz melodiosa.
Continuará...
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