Era
una noche de sábado, el frío era helador como suele ser en el mes de Enero en
Cáceres haciéndose sentir inmisericorde penetrando sin permiso por las rendijas
de las desvencijadas ventanas de la taberna del barrio, que a simple vista y
desde la calle se mostraba como una de
esas tabernas añejas y trasnochadas llegando a tener el aspecto lúgubre de
tiempos antiguos, para nada se parecía a
las que se prodigan por el centro de la ciudad, las cuales suelen estar
decoradas con una tenue iluminación, que con acierto proyectan las modernas
pantallas que hacen del ambiente una atmósfera psicodélica para que los clientes puedan confundir la
realidad de la ficción después de haber ingerido unas copas de más.
En
esta taberna de barrio la ostentación reinaba por su ausencia, en ella no cabía
la sofisticación, pues tan sólo se alumbraba con la luz oscilante de una
bombilla que pendía de una vieja viga del techo que solía balancearse desde un largo cable grisáceo al compás de las
ráfagas de aire que entraba por la puerta cada vez que esta se abría.
Allí,
cada fin de semana y cómo por costumbre solía reunirse un grupo de amigos, esta
reunión tabernaria tenía un propósito, que era el de mantener la ilusión de una
hipotética espera que llenara sus vidas y les hiciera vibrar.
Para
este grupo de amigos, esta taberna tenía una especial atracción, era como el
imán y el hierro, y todos esos sentimientos se los despertaba una simple
taberna que casi era un antro, pero ellos creían que cumplía las perspectivas
que necesitaban para poder hacer una escapada virtual a una época que los
transportara a un pasado donde a veces se veían ubicados, en ese ambiente, se
sumergían para dejarse mecer hasta que sus almas entraban en el palacio de los
sueños.
Y
entonces, sólo entonces y alumbrados por la bombilla hipnotizadora y oscilante eran felices.
Aquella
noche, después de haber jugado unas cuantas manos a las cartas de repente se
encontraron inmersos en sus propios sueños, obviando que sus antebrazos se
habían pegado a la mesa, al estar
mugrienta hacía el efecto de una ventosa que los adhería para que no se
levantaran.
Poco
después y de repente deciden marcharse, se encontraban apáticos y sin haber
tenido ni un solo atisbo de qué hacer para conseguir sus sueños. Entonces
inesperadamente la puerta de la taberna se abrió bruscamente de par en par empujada por una virulenta corriente de aire que hizo
impactó en la bombilla, que ante el choque le hizo ejercer de un improvisado
péndulo y enloquecido se estrelló contra la pared desconchada quedando a la
taberna a oscuras.
Unos
pasos seguros en la oscuridad les hicieron sobrecogerse, parecían acercarse a
la barra, mientras tanto el tabernero buscaba afanosamente una palmatoria dorada que tenía preparada para
estos casos con una vela, pero en su azoramiento no la encontraba.
Entonces
enojado gritaba:
—
¿Quién ha sido el animal que acaba de entrar en mi bar cómo si fuera un elefante?
Entonces
se pudo oír en el silencio el roce de unas espuelas militares que sobre el
suelo. Todos esperan expectantes a que el tabernero encendiera la vela para poder conocer al
individuo que había alterado la paz que allí reinaba, pero algo parecía flotar
en el ambiente cuando el intruso sin hacerse esperar hizo sonar su voz cómo si
fuera un trueno, era clara y :
—
¿Aquí se puede beber cerveza?
El tabernero enojado por el contratiempo no oyó
su petición y siguió buscando la palmatoria. En aquellos momentos por la
taberna se esparció un intenso olor a quemado, los parroquianos se impacientan,
algo especial les estaba sucediendo que no se podía tocar pero se sentía.
La
voz de aquel desconocido seguía insistiendo en que le sirvieran la cerveza.
Cuando el tabernero al fin encuentra la vela, se acerca a la barra, pasea la
incipiente luz para conocer al inoportuno cliente, pero después de pasear la
candela, no vio a nadie que no fueran los habituales clientes, entonces vio un
sobre en el mostrador, era una carta dirigida a Eufrasio, Eugenio y Braulio. Incrédulo
se acerca a los jóvenes, les entrega la carta con manos temblorosas y de
repente y cómo una exhalación el tabernero se precipita hacia la puerta de la
calle, la abre, asoma la cabeza, entonces pudo ver cómo se alejaba envuelto en
una rara bruma una figura que aunque era difusa pudo apreciar que pertenecía a
un hombre de aspecto atlético y que cubría su cuerpo con una capa blanca hasta
los tobillos y en la cual tenía dibujada una cruz paté, roja, en la cabeza llevaba
una maya gris. Enseguida se desvaneció entre las columnas del pórtico de la
Iglesia de Santiago.
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