Me fui directo al Bósforo y me embarque en una galera repleta de ovejas y carneros. Como tenia el don de no ser visto entre en la cocina del barco y me atiborre de todo hasta hartarme para perplejidad del cocinero que se encontró con las viandas mermadas, después descanse placidamente hasta zarpar.
Con mi capa mágica puesta hice la travesía, vi desde la borda muchas maravillas que el mundo nos ofrece, en cada puerto las mercancías que se ofrecía era diferente y yo mirándolo todo sin ser visto Observaba como los marineros turcos gritaban a sus jefes haciendo que estos les dieran latigazos.
.Me movía a placer por todo el barco y los marineros empezaron a tener miedo porque nuca estaban las cosas en su sitio, un día y cuando un marinero tocaba su armónica me puse a su lado y canturree la canción, se llevo tal susto que salio corriendo sin parar por toda la cubierta.
Así empecé para pasar el ocioso tiempo haciendo pequeñas bromas hasta llegar a España.
Una vez en España me dirigí al Escorial siempre quise ver donde había vivido ese rey que sin yo querer me mandó al exilio. De nuevo me puse mi capa invisible y cuando me disponía a entrar dos alabarderos que guardaban la puerta se pusieron en posición firmes y levantando sus espada las cruzaron hasta casi rozar mi cara, me dieron tan grande susto que desistir de entrar, y ahora me veo a las puertas de mi casa después de deambular como un mendigo errante contándole mi vida a un extraño.
¿Cómo os llamáis anciano?
Diego de Becerra y Castro
¡………!
Yo lo mire con perplejidad. En mi familia se contaba la historia de un pariente que se fue a tierras de infieles con un encargo del rey para un prelado de Turquía.
Ahora estaba ante él…y le digo con voz entrecortada yo soy Diego de Becerra y Usía el anciano se puso de rodillas ante mi y beso la húmeda hierva al hallarse ante uno de sus descendientes.
Le invito a ir a la casa de la hacienda pero el no acepta a pesar de ser el dueño de todo, se sentía un intruso.
Lo convencí y lo lleve a la casa pero el me puso la condición de llevar su capa puesta y así solo sabría yo quien era. Lo aloje en unas de las estancias destinadas para invitados que se encontraban en desuso pero era confortable.
Todos los días se sentaba en la mesa con los dueños de la casa junto conmigo, Un día en los postres empecé la conversación de aquel pariente que se fue a tierras lejanas. El dueño se puso fuera de si.
¡Tu qué sabrás, respondió!
Si solo eres un acogido en esta familia.
El silencio se hizo patente hasta que Doña Clara empezó a reírse a carcajadas como una vulgar mujerzuela y entre chanzas, de mal gusto, empezó a recordar como se hicieron con la hacienda, quitándose de en medio a la familia Becerra con artimañas y mentiras, hasta que el rey los apresó a todos y donde encontraron la muerte la familia Becerra en las mazmorras del Escorial.
Diego de Becerra y Castro no podía salir de su asombro estaban en su casa en su hacienda con un par de desalmados de baja estopa que se hicieron con todo su patrimonio y aun se jactaban de ello.
Espero que le pasara la indignación y con un certero tirón al bordado he inmaculado mantel, hizo saltar toda la vajilla haciéndose añicos en el suelo. Los gritos que salieron de la garganta de los usurpadores fueron oídos por todos los que se encontraban en la casa pero nadie acudió.
Desde entonces por las noches, las puertas se abrían y cerraban solas como si estuvieran a merced de un vendaval, los criados aterrorizados por las cosas que estaban pasando en la casa empezaron a desaparecer diciendo por el pueblo que la casa estaba embrujada.
Una noche se oyó un alarido estremecedor mientras la lámpara de la alcoba escupía sus velas provocando un despertar terrorífico a los allí durmientes.
A la mañana siguiente en la mesa y cuando el matrimonio comía acompañado sin saberlo de mi amigo Diego de Becerra vieron con horror como una cuchara se movía desde la honda sopera hasta la boca del orondo comensal haciendo que sus ojos se abrieran desorbitados.
La señora lucia una gargantilla de perlas y brillantes que un día llevo su madre cuando se desposó, fue tan grande su indignación al verla puesta en ese pescuezo grasiento que acercándome a ella se la desabrocho cayendo con todo su peso en el plato de la sopa manchando el horrible vestido de encajes, con la consecuente situación de desconcierto. Los dos salieron corriendo por el comedor y nunca mas aparecieron por la casa por el pueblo se oyeron toda clase de comentarios una de ellas era que el espíritu de los Becerras estaba en la casa …
Cansado por lo acontecido don Diego de Becerra y Castro, se sentó en un pequeño escabel que había en el enorme salón y frente al hogar cuya llama temblorosa iluminaba el retrato de su padre, y mirándolo horrorizado pensó que él no había intervenido para nada en lo que estaba aconteciendo en la casa.
Y pensó pobres locos que no comprenden que los hombres pueden a veces cambiar el futuro… pero nunca el pasado.
Después de saber toda la vida del anciano yo le conté mi historia.
Pero eso es otra cosa.
Desde entonces vivimos los dos en esta bendita casa, mas tarde el rey nuestro señor enterándose de lo acontecido en el reinado de su padre nos recibió con honores a los dos Diegos de Becerra y nos dio licencia para poder vislumbrar las cosas de este miserable mundo.
Mi maestro el mago me dijo una vez sabiamente mantén los oídos bien abiertos vive con naturalidad propia de quien no espera nada importante no te metas en líos y confía en que la oportunidad que aguardas tarde o temprano vendrá sola a tus manos.
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domingo, 12 de junio de 2011
lunes, 6 de junio de 2011
El Viaje (II parte)
La galera cuando estaba en alta mar empezó a zozobrar el oleaje era cada vez más fuerte el viento parecía que iba a partir el palo mayor los marineros en cubierta no dejan de vocear.
Estuve encerrado en la lúgubre bodega del barco muchos días hasta llegar a Estambul. A todos los que nos llevaban presos nos bajaron por una rampa de la galera con grilletes en pies y manos
En un improvisado mercado nos pusieron a la venta. Un otomano con barba blanca y aspecto bondadoso, se fijó en mí y, después de mirarme meticulosamente, con un ademán de su mano pasé a ser su esclavo. Un eunuco que estaba a su lado recibió ordenes para que me llevara a su casa, anduvimos por callejuelas laberínticas con un intenso olor a especias, los pies me dolían hasta llenarse de llagas por no estar acostumbrado a andar descalzo, yo miraba con admiración esa extraña tierra bella y diferente, pensando que quizás nunca más saldría de allí, pasamos junto al acueducto de Valeus donde toda su población era musulmana, y por las murallas bizantinas, donde en un recodo del camino de la estrecha calle apareció una casa de piedra que abrió sus puertas para que entrásemos el eunuco y yo.
Un patio de bellas columnas me hacia evocar mi lejano hogar unos ostentosos divanes tapizados con ricas telas otomanas de color carmesí se prodigaban bajo las arcadas “era el lugar más fresco de la casa “.
Después de caminar por un largo pasillo me encierran en una habitación oscura y con un intenso olor a moho, y pienso, ¡que pena de mi vida!, así pasaron unas cuantas horas llenas de incertidumbre hasta que me llevaron a presencia del anciano. Estaba sentado en una bella silla de madera y de alto respaldo, ante el una gran mesa donde reposaba una calavera y una palmatoria de bronce con una gruesa vela encendida, los cortinajes de terciopelo azul oscuro daban a la estancia suntuosidad, mezclada con un halo de misterio.
El anciano tras la mesa me miró inquisitivamente como si quisiera estudiar mi anatomía, mi cuerpo joven se encogió como si quisiera protegerse de un peligro inminente, después de un largo silencio, que me pareció eterno, me pidió que fuera su discípulo, porque ahora eres mío joven cristiano. Yo perplejo no sabia de que estaba hablando yo solo sabia que tenia una misión que cumplir para Felipe II rey de España
Pero mi vida ahora no valía nada, era solo un cautivo.
Como me estaba retrasando con mi misión, quizás alguien echara en falta mi llegada al saber de mi retraso, sobre todo el Sr. Obispo de la Basílica de San Salvador de Chora en Estambul en donde tenia que recoger esa maldita bolsa que ni siquiera sabia su contenido.
Pero eso no podía contárselo a nadie era una misión secreta, cuantas veces en mi soledad pensaba una y otra vez que quizás al percibir mi retraso mandarían a otro emisario para rescatarme y así sin preguntar donde había estado me llevaría a España a pesar de mi fracaso.
Durante algún tiempo ya no pensaba en España mi desilusión era tan grande que deje pasar los meses espantándome los recuerdos.
El anciano, ahora mi señor, de nombre Moisés empezó con muchas prisa a enseñarme todo lo que sabia sobre magia blanca donde era un experto, a veces tenia sesiones hasta de doce horas seguidas, para mi era agotador, pero yo era un alumno muy aventajado, y quería aprender todo para poder salir cuanto antes hacia algún barco que me hiciera regresar junto a mi padre así cada día tomaba mucho interés a todo lo que me enseñaba era tan interesante que pensé que quizás con toda la sapiencia que me estaba transmitiendo podría llegar hasta mi objetivo, a mi Toledo de donde nunca debí salir.
Después de algún tiempo y de aprender todo lo que tenia que aprender una mañana el eunuco que servia a mi señor me despierta alarmado, el amo había aparecido muerto en su despacho abrazado a una calavera. Después de pensar que hacer decidimos acostarlo en su cama y lo pusimos en posición de dormido.
Mas tarde y con gran pesar el eunuco me aconsejo que saliera de la casa cuanto antes porque seguramente el asesino aun se encontraba en la casa esperando tener la oportunidad para acusar a alguien, y yo era el mejor candidato por pasar largas horas con el.
Para salir de la casa me puse una larga capa negra que mi maestro me había enseñado a usar y así pude escapar sin ser visto.
Mi primer impulso era el ir a ver al Sr. Obispo a Salvador de Chora pero mi instinto me dijo que podía ser demasiado tarde.
.............. continuará
Estuve encerrado en la lúgubre bodega del barco muchos días hasta llegar a Estambul. A todos los que nos llevaban presos nos bajaron por una rampa de la galera con grilletes en pies y manos
En un improvisado mercado nos pusieron a la venta. Un otomano con barba blanca y aspecto bondadoso, se fijó en mí y, después de mirarme meticulosamente, con un ademán de su mano pasé a ser su esclavo. Un eunuco que estaba a su lado recibió ordenes para que me llevara a su casa, anduvimos por callejuelas laberínticas con un intenso olor a especias, los pies me dolían hasta llenarse de llagas por no estar acostumbrado a andar descalzo, yo miraba con admiración esa extraña tierra bella y diferente, pensando que quizás nunca más saldría de allí, pasamos junto al acueducto de Valeus donde toda su población era musulmana, y por las murallas bizantinas, donde en un recodo del camino de la estrecha calle apareció una casa de piedra que abrió sus puertas para que entrásemos el eunuco y yo.
Un patio de bellas columnas me hacia evocar mi lejano hogar unos ostentosos divanes tapizados con ricas telas otomanas de color carmesí se prodigaban bajo las arcadas “era el lugar más fresco de la casa “.
Después de caminar por un largo pasillo me encierran en una habitación oscura y con un intenso olor a moho, y pienso, ¡que pena de mi vida!, así pasaron unas cuantas horas llenas de incertidumbre hasta que me llevaron a presencia del anciano. Estaba sentado en una bella silla de madera y de alto respaldo, ante el una gran mesa donde reposaba una calavera y una palmatoria de bronce con una gruesa vela encendida, los cortinajes de terciopelo azul oscuro daban a la estancia suntuosidad, mezclada con un halo de misterio.
El anciano tras la mesa me miró inquisitivamente como si quisiera estudiar mi anatomía, mi cuerpo joven se encogió como si quisiera protegerse de un peligro inminente, después de un largo silencio, que me pareció eterno, me pidió que fuera su discípulo, porque ahora eres mío joven cristiano. Yo perplejo no sabia de que estaba hablando yo solo sabia que tenia una misión que cumplir para Felipe II rey de España
Pero mi vida ahora no valía nada, era solo un cautivo.
Como me estaba retrasando con mi misión, quizás alguien echara en falta mi llegada al saber de mi retraso, sobre todo el Sr. Obispo de la Basílica de San Salvador de Chora en Estambul en donde tenia que recoger esa maldita bolsa que ni siquiera sabia su contenido.
Pero eso no podía contárselo a nadie era una misión secreta, cuantas veces en mi soledad pensaba una y otra vez que quizás al percibir mi retraso mandarían a otro emisario para rescatarme y así sin preguntar donde había estado me llevaría a España a pesar de mi fracaso.
Durante algún tiempo ya no pensaba en España mi desilusión era tan grande que deje pasar los meses espantándome los recuerdos.
El anciano, ahora mi señor, de nombre Moisés empezó con muchas prisa a enseñarme todo lo que sabia sobre magia blanca donde era un experto, a veces tenia sesiones hasta de doce horas seguidas, para mi era agotador, pero yo era un alumno muy aventajado, y quería aprender todo para poder salir cuanto antes hacia algún barco que me hiciera regresar junto a mi padre así cada día tomaba mucho interés a todo lo que me enseñaba era tan interesante que pensé que quizás con toda la sapiencia que me estaba transmitiendo podría llegar hasta mi objetivo, a mi Toledo de donde nunca debí salir.
Después de algún tiempo y de aprender todo lo que tenia que aprender una mañana el eunuco que servia a mi señor me despierta alarmado, el amo había aparecido muerto en su despacho abrazado a una calavera. Después de pensar que hacer decidimos acostarlo en su cama y lo pusimos en posición de dormido.
Mas tarde y con gran pesar el eunuco me aconsejo que saliera de la casa cuanto antes porque seguramente el asesino aun se encontraba en la casa esperando tener la oportunidad para acusar a alguien, y yo era el mejor candidato por pasar largas horas con el.
Para salir de la casa me puse una larga capa negra que mi maestro me había enseñado a usar y así pude escapar sin ser visto.
Mi primer impulso era el ir a ver al Sr. Obispo a Salvador de Chora pero mi instinto me dijo que podía ser demasiado tarde.
.............. continuará
lunes, 30 de mayo de 2011
El Viaje (I parte)
Es un misterio y a la vez un milagro. Pudiera ser quizás fantasía, pero siempre tuve un presentimiento que me llevaba a comprender que lo que sucedía no era otra cosa que la realización de mi destino.
Cabalgaba por la hacienda donde trabajo, propiedad de unos parientes lejanos cuando me encontré por los parajes solitarios y a la orilla del río a un caminante.
Estaba desarrapado, con vestidos raídos e intentaba lavarse la cara apoyado en su cayado. Las aguas del río eran transparentes y frías.
Mi caballo relinchó levantando sus patas delanteras volviendo a clavar sus herraduras en la blanda hierba. De no haber tenido las bridas bien sujetas me hubiera derribado.
Sin apearme del caballo lo miré desde mi montura.
El hombre se secaba las manos con las hierbas que crecen en la orilla del río y levantó la cabeza con aire cansado. Yo no dije nada y esperé que él hablara primero.
Me bajé del caballo y me acerqué a él. Sus ojos me parecieron dos lagos transparentes, me sonrió, y yo amable le tendí la mano que estrechó casi con sumisión. Nos sentamos al borde de un peñasco y el hombre introdujo los pies en la tenue corriente del río meciéndolos levemente arrullado por el intenso olor a hierba-buena y poleo.
Después de conversar un rato de cosas intranscendentes.
Le invité a comer de lo que llevaba en mi zurrón, la finca era grande y había que cabalgar todo el día para saber como se encontraba el ganado por lo que siempre iba previsto de comida por si surgía alguna emergencia - le comenté al anciano-.
Este me miró y de sus ojos se desprendió una bondad infinita que me impresionó. Me pareció ver resbalar una lágrima por sus mejillas. Empezó a hablar su voz parecía cansada.
Su acento era imperceptible por la mezcla de idiomas que tuvo que aprender a hablar cuando se ha vivido muchos años en el extranjero.
- Vengo de Turquía, dijo de sopetón. ¿Aún vive Felipe II?
- ¡No ahora reina su hijo Carlos! Contesté amablemente.
El anciano se quedó pensativo y después de unos minutos de silencio comenzó a hablar de su vida…
Era yo muy joven cuando un día llamó a la puerta de mi padre un emisario del rey. Quería que yo realizara una misión real muy importante en las tierras lejanas de Turquía. Mi padre se opuso por ser yo el primogénito y aún un zagal.
A pesar de la oposición de mi padre, una mañana los huestes de la guardia real me sacaron casi a la fuerza de mi casa, me montaron en una calesa y en régimen de reo me llevaron hasta Cádiz donde me embarcaron en una galera.
Me dieron unos documentos que tenía que entregar al obispo católico en Estambul de parte de Felipe II. A cambio me darían una bolsa para el rey.
Pasaron muchos días y muchas interminables noches en alta mar a merced de gigantescas olas que me hacían vomitar con su balanceo creyéndome estar en el purgatorio y encomendándome a todos los santos para saber que me aguardaba al amanecer.
El capitán hombre avispado en los asuntos de negocios se enteró que yo sabia leer y escribir y me puso bajo su protección para que le ayudara en las cuentas. Seguí rezando a todos los santos por no saber que me aguardaba al día siguiente dado que mi futuro era incierto en manos de renegados sin escrúpulos...
Más tarde, me hice imprescindible y desde entonces todo fue mucho mejor para mí. Disfruté de muchas concesiones que los demás de la tripulación tenían vedadas, como comer patatas asadas.
El viaje era tan largo que todos perdíamos la noción del tiempo, daba igual la cantidad de días pues todos a bordo estábamos exhaustos.
Un atardecer divisamos Alejandría, y allí nos dirigimos para avituallarnos. El cielo amenazaba tormenta y el viento empezó a rizar las olas. Cuando atracamos toda la tripulación bajó a tierra junto con el capitán y yo me quedé abordo estudiando unas cartas de navegación.
Y así pasaron unos meses y mi destino parecía mas seguro los cielos me habían escuchado todas mis oraciones.
Una esplendorosa tarde cuando toda la tripulación se encontraba en tierra disfrutando de los placeres mundanos, la cubierta se llena de corsarios turcos renegados armados de palos y palanquetas de hierro, abriendo por doquier sacos y toneles, yo asustado me escondí tras unas redes de pesca. Un muchacho avispado me vio y empezó a gritar como un energúmeno para llamar la atención, así me apresaron y me llevaron a otra galera donde el idioma era diferente, me encerraron en una bodega donde solo había oscuridad y un intenso olor a mugre y, pienso “Dios mío” para qué me has hecho venir aquí, a este extraño y lejano lugar.
.............. continuará
Cabalgaba por la hacienda donde trabajo, propiedad de unos parientes lejanos cuando me encontré por los parajes solitarios y a la orilla del río a un caminante.
Estaba desarrapado, con vestidos raídos e intentaba lavarse la cara apoyado en su cayado. Las aguas del río eran transparentes y frías.
Mi caballo relinchó levantando sus patas delanteras volviendo a clavar sus herraduras en la blanda hierba. De no haber tenido las bridas bien sujetas me hubiera derribado.
Sin apearme del caballo lo miré desde mi montura.
El hombre se secaba las manos con las hierbas que crecen en la orilla del río y levantó la cabeza con aire cansado. Yo no dije nada y esperé que él hablara primero.
Me bajé del caballo y me acerqué a él. Sus ojos me parecieron dos lagos transparentes, me sonrió, y yo amable le tendí la mano que estrechó casi con sumisión. Nos sentamos al borde de un peñasco y el hombre introdujo los pies en la tenue corriente del río meciéndolos levemente arrullado por el intenso olor a hierba-buena y poleo.
Después de conversar un rato de cosas intranscendentes.
Le invité a comer de lo que llevaba en mi zurrón, la finca era grande y había que cabalgar todo el día para saber como se encontraba el ganado por lo que siempre iba previsto de comida por si surgía alguna emergencia - le comenté al anciano-.
Este me miró y de sus ojos se desprendió una bondad infinita que me impresionó. Me pareció ver resbalar una lágrima por sus mejillas. Empezó a hablar su voz parecía cansada.
Su acento era imperceptible por la mezcla de idiomas que tuvo que aprender a hablar cuando se ha vivido muchos años en el extranjero.
- Vengo de Turquía, dijo de sopetón. ¿Aún vive Felipe II?
- ¡No ahora reina su hijo Carlos! Contesté amablemente.
El anciano se quedó pensativo y después de unos minutos de silencio comenzó a hablar de su vida…
Era yo muy joven cuando un día llamó a la puerta de mi padre un emisario del rey. Quería que yo realizara una misión real muy importante en las tierras lejanas de Turquía. Mi padre se opuso por ser yo el primogénito y aún un zagal.
A pesar de la oposición de mi padre, una mañana los huestes de la guardia real me sacaron casi a la fuerza de mi casa, me montaron en una calesa y en régimen de reo me llevaron hasta Cádiz donde me embarcaron en una galera.
Me dieron unos documentos que tenía que entregar al obispo católico en Estambul de parte de Felipe II. A cambio me darían una bolsa para el rey.
Pasaron muchos días y muchas interminables noches en alta mar a merced de gigantescas olas que me hacían vomitar con su balanceo creyéndome estar en el purgatorio y encomendándome a todos los santos para saber que me aguardaba al amanecer.
El capitán hombre avispado en los asuntos de negocios se enteró que yo sabia leer y escribir y me puso bajo su protección para que le ayudara en las cuentas. Seguí rezando a todos los santos por no saber que me aguardaba al día siguiente dado que mi futuro era incierto en manos de renegados sin escrúpulos...
Más tarde, me hice imprescindible y desde entonces todo fue mucho mejor para mí. Disfruté de muchas concesiones que los demás de la tripulación tenían vedadas, como comer patatas asadas.
El viaje era tan largo que todos perdíamos la noción del tiempo, daba igual la cantidad de días pues todos a bordo estábamos exhaustos.
Un atardecer divisamos Alejandría, y allí nos dirigimos para avituallarnos. El cielo amenazaba tormenta y el viento empezó a rizar las olas. Cuando atracamos toda la tripulación bajó a tierra junto con el capitán y yo me quedé abordo estudiando unas cartas de navegación.
Y así pasaron unos meses y mi destino parecía mas seguro los cielos me habían escuchado todas mis oraciones.
Una esplendorosa tarde cuando toda la tripulación se encontraba en tierra disfrutando de los placeres mundanos, la cubierta se llena de corsarios turcos renegados armados de palos y palanquetas de hierro, abriendo por doquier sacos y toneles, yo asustado me escondí tras unas redes de pesca. Un muchacho avispado me vio y empezó a gritar como un energúmeno para llamar la atención, así me apresaron y me llevaron a otra galera donde el idioma era diferente, me encerraron en una bodega donde solo había oscuridad y un intenso olor a mugre y, pienso “Dios mío” para qué me has hecho venir aquí, a este extraño y lejano lugar.
.............. continuará
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