Recuerdo cuando era pequeña y mi madre solía hacer dulces por Navidad. Elaboraba deliciosas roscas que con su aroma inundaban la casa despertando nuestra gula.
Mi madre también hacía polvorones ¡Oh los polvorones!
Aquella tarde y después de terminar la deliciosa tarea de hornear los dulces y poner, como era de costumbre cada año, la bandeja en lo alto del aparador del comedor-por cierto, que siempre estaba cerrado-en un descuido de mi madre, mi hermano mayor entró sigilosamente como un cazador furtivo en pos de su presa. Yo como siempre tras de él.
Vi como mi hermano se encaramaba encima de una silla, y como si de un ciego se tratara, palpaba con la punta de sus dedos el techo del mueble hasta conseguir el motivo de su gula. De repente, una ahogada respiración me sobresaltó. Mi hermano, mi querido hermano, empezó a cabecear con la boca abierta invadida por el hermoso polvorón, mientras su mirada tenía una fijeza casi fósil.
Mi madre acudió presta al oír mis gritos y, al ver lo que estaba sucediendo, lo solucionó con un simple vaso de agua.
Mi querido hermano no volvió a comer polvorones.
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jueves, 29 de diciembre de 2011
sábado, 16 de octubre de 2010
Vivencias
Recuerdo una vez cuando yo iba al colegio en la ciudad monumental. Jugando al escondite me metí en un palacio, subí las escaleras anchas de granito y me agaché. Cuando vi que no había peligro de que mis amigas me pillaran, me puse en pie y algo frío me rozó el cogote. Salí corriendo sin mirar atrás. Más tarde supe que fue una armadura solitaria que adornaba el palacio.
Recuerdo que una vez siendo yo muy niña hubo un festival para ayudar a los damnificados por una riada ocurrida en Valencia. Un grupo de niñas vestidas con trajes de fallera bailamos la jota valenciana en el Gran Teatro y cuando terminó el espectáculo, desde el patio de butacas nos tiraron caramelos a las bailarinas. A mí me dieron un caramelazo en plena cabeza que me dejó atontada. Al bajar el telón me quedé fuera recibiendo los mayores aplausos que tendré en mi vida.
Recuerdo cuando iba al cine al palacio del Señor Obispo. Las colas que se formaban en el patio eran divertidísimas. Los empujones eran constantes. Un domingo se apagó la luz y aprovechando la oscuridad a mi amiga Ángeles le dieron un beso. Ésta, sin pensárselo mucho, le dio un paraguazo al primero que pilló. Cuando se encendió la luz, un chico estaba sentado en el suelo con cara de susto y dolor de riñones. La víctima inocente fue más tarde un gran amigo.
Recuerdo que siendo jovencita solíamos ir los jueves por la tarde al cine (a La Fémina). Esto tenía su gracia. Con una entrada podían pasar dos chicas. Así mismo, con una entrada podían ver la película un chico y una chica. El problema venía cuando los chicos no iban acompañados puesto que cada varón debía costearse su entrada. Para ahorrársela nos ofrecían acompañarnos y si no nos parecía atractivo el acompañante, un no rotundo les dejaba contrariados a la puerta del cine.
Recuerdo que una vez siendo yo muy niña hubo un festival para ayudar a los damnificados por una riada ocurrida en Valencia. Un grupo de niñas vestidas con trajes de fallera bailamos la jota valenciana en el Gran Teatro y cuando terminó el espectáculo, desde el patio de butacas nos tiraron caramelos a las bailarinas. A mí me dieron un caramelazo en plena cabeza que me dejó atontada. Al bajar el telón me quedé fuera recibiendo los mayores aplausos que tendré en mi vida.
Recuerdo cuando iba al cine al palacio del Señor Obispo. Las colas que se formaban en el patio eran divertidísimas. Los empujones eran constantes. Un domingo se apagó la luz y aprovechando la oscuridad a mi amiga Ángeles le dieron un beso. Ésta, sin pensárselo mucho, le dio un paraguazo al primero que pilló. Cuando se encendió la luz, un chico estaba sentado en el suelo con cara de susto y dolor de riñones. La víctima inocente fue más tarde un gran amigo.
Recuerdo que siendo jovencita solíamos ir los jueves por la tarde al cine (a La Fémina). Esto tenía su gracia. Con una entrada podían pasar dos chicas. Así mismo, con una entrada podían ver la película un chico y una chica. El problema venía cuando los chicos no iban acompañados puesto que cada varón debía costearse su entrada. Para ahorrársela nos ofrecían acompañarnos y si no nos parecía atractivo el acompañante, un no rotundo les dejaba contrariados a la puerta del cine.
Vivencias
Recuerdo una vez cuando yo iba al colegio en la ciudad monumental. Jugando al escondite me metí en un palacio, subí las escaleras anchas de granito y me agaché. Cuando vi que no había peligro de que mis amigas me pillaran, me puse en pie y algo frío me rozó el cogote. Salí corriendo sin mirar atrás. Más tarde supe que fue una armadura solitaria que adornaba el palacio.
Recuerdo que una vez siendo yo muy niña hubo un festival para ayudar a los damnificados por una riada ocurrida en Valencia. Un grupo de niñas vestidas con trajes de fallera bailamos la jota valenciana en el Gran Teatro y cuando terminó el espectáculo, desde el patio de butacas nos tiraron caramelos a las bailarinas. A mí me dieron un caramelazo en plena cabeza que me dejó atontada. Al bajar el telón me quedé fuera recibiendo los mayores aplausos que tendré en mi vida.
Recuerdo cuando iba al cine al palacio del Señor Obispo. Las colas que se formaban en el patio eran divertidísimas. Los empujones eran constantes. Un domingo se apagó la luz y aprovechando la oscuridad a mi amiga Ángeles le dieron un beso. Ésta, sin pensárselo mucho, le dio un paraguazo al primero que pilló. Cuando se encendió la luz, un chico estaba sentado en el suelo con cara de susto y dolor de riñones. La víctima inocente fue más tarde un gran amigo.
Recuerdo que siendo jovencita solíamos ir los jueves por la tarde al cine (a La Fémina). Esto tenía su gracia. Con una entrada podían pasar dos chicas. Así mismo, con una entrada podían ver la película un chico y una chica. El problema venía cuando los chicos no iban acompañados puesto que cada varón debía costearse su entrada. Para ahorrársela nos ofrecían acompañarnos y si no nos parecía atractivo el acompañante, un no rotundo les dejaba contrariados a la puerta del cine.
Recuerdo que una vez siendo yo muy niña hubo un festival para ayudar a los damnificados por una riada ocurrida en Valencia. Un grupo de niñas vestidas con trajes de fallera bailamos la jota valenciana en el Gran Teatro y cuando terminó el espectáculo, desde el patio de butacas nos tiraron caramelos a las bailarinas. A mí me dieron un caramelazo en plena cabeza que me dejó atontada. Al bajar el telón me quedé fuera recibiendo los mayores aplausos que tendré en mi vida.
Recuerdo cuando iba al cine al palacio del Señor Obispo. Las colas que se formaban en el patio eran divertidísimas. Los empujones eran constantes. Un domingo se apagó la luz y aprovechando la oscuridad a mi amiga Ángeles le dieron un beso. Ésta, sin pensárselo mucho, le dio un paraguazo al primero que pilló. Cuando se encendió la luz, un chico estaba sentado en el suelo con cara de susto y dolor de riñones. La víctima inocente fue más tarde un gran amigo.
Recuerdo que siendo jovencita solíamos ir los jueves por la tarde al cine (a La Fémina). Esto tenía su gracia. Con una entrada podían pasar dos chicas. Así mismo, con una entrada podían ver la película un chico y una chica. El problema venía cuando los chicos no iban acompañados puesto que cada varón debía costearse su entrada. Para ahorrársela nos ofrecían acompañarnos y si no nos parecía atractivo el acompañante, un no rotundo les dejaba contrariados a la puerta del cine.
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