Uno de los invitados con pose de superioridad comentó, acercándose
a mi marido, bebe muchacho, pues parece que nos has traído la suerte, toma toda la bota es para ti. Diego la acepta, y poco después la abandona sin probar
un solo trago encima de la mesa, en unos momentos aquello se convirtió en un
burdel, donde los modales se perdieron al no tener ninguno de ellos formación, todos estaban ebrios, por lo tanto,
de sus bocas salía todo aquello que les apetecía, se encontraban celebrando algo,
pero todos ignoraban que lo que se encontraban festejando era nada menos que la
entrada a una puerta que les llevaría a todos hacia otra dimensión que les haría tocar el
triángulo de la muerte.
Pasaron unos minutos y
algunos de los invitados comenzaron a tener vómitos y mareos, otros llegaron a
perder la consciencia, la anfitriona simulando su enojo pregunta ¿Quién os ha
dicho que bebierais de esta bota? ¿Acaso no os habéis dado cuenta que es de
otro color?
Los invitados ante la rareza en que se había convertido el
ambiente, los que pudieron salieron de la carpa como si les persiguiera el
demonio, pues había surgido entre ellos el efecto muerte, mientras la anfitriona
sacando su yo de vulgar mujerzuela enarbolando los brazos llenos de joyas, les decía,
cobardes, no huyáis, os he hecho ricos, no me abandonéis, esto no es el fin,
queda mucho más en las arcas para podernos llevar.
Y dirigiéndose a Diego, Tu eres el culpable, solo tenías que
firmar y esto no hubiera pasado, ¿Por qué crees que habéis sido invitados? ¿Acaso
se puede creer que me había hecho amiga de la insulsa de tu mujercita porque me
caía bien?
Ahora, puede que hayas
creído haber echado a perder lo que teníamos entre manos, pues te equivocas conmigo, todos os equivocáis, soy una mujer
poderosa, y con recursos inimaginables para conseguir todo aquello que me
proponga, pues ninguno de los que estáis aquí podéis hablar contra mí, pues debéis saber que os
tengo bajo mis garras, y tú,--dirigiéndose a Diego—eres un don nadie, pues ya me encargaré de que no vuelvas
a ejercer tu profesión que no sé cuál es,
ni me interesa, solo sé que me voy a encargar de que no te de trabajo nadie,
pues has de saber que tengo tantas influencias, que rebasa cualquier poder.
Diego se queda mirándola, como se mira a una bruja malvada,
con un gesto de su mano, los dos camareros que se encontraban en la carpa se
ponen ante la señora, y Diego con voz firme dijo, ponedle las esposas, esta
mujer acaba de perder todas las influencias de las que da alardes, pues ella
misma se ha declarado culpable de corrupción y cohecho sin ni siquiera hacerle
un previo juicio.
Aquella extraña invitación termino como en las leyendas,
aquellos importantes invitados, en la imaginación de un escritor hubieran
podido aparecer como en realidad eran, sátrapas, monstruos horripilantes que
con sus fauces abiertas esperan devorar a personas honestas con sus
manipulaciones maquiavélicas, pues con sus garras de alimañas, arrastran hacia ellos todo aquello que creen pueden darle
unos buenos dividendos.
Pero estas acciones para estos individuos es normal ejecutarlas, pues al carecer de inteligencia, ni
siquiera llegan a imaginar que esas hazañas hechas según ellos con total
impunidad, una impunidad que ellos mismos adquieren porque sí. Pero que no
llegan a imaginar que hacer el mal puede
atraer hacia ellos algo así como la peste negra, una cruel enfermedad que va
penetrando suavemente hasta conducir a un laberinto que lleva hacia la
presencia de un espeluznante demonio, que te compensa con una lista de las
maldades cometidas, regalándote con su sonrisa un panorama espeluznante, que tú al observar
puedes verte tal y como eres. Pues con tanto poder como siempre creen tener ignoran que desde el principio de sus manejos, esos manejos que se han convertido en infructuosos, estéril, pues siempre y a pesar de su ocultismo se supo que en aquella idílica
finca se escondía envuelta en aires de glamour, una trama criminal dirigida por
Satanás, el cual siempre pide su recompensa.
¿Te ha pedido ya la tuya?
Unos años después una mujer anciana pedía limosnas en un
esquina un día de lluvia y frio, pero nadie le echaba una moneda, pues bajo su
raído vestido asomaba un pergamino extraño, que la gente al mirarla huía pues aquella mujer parecía guardar entre su saya las leyes del diablo.
FINAL

