

Ya está aquí ese día tan soñado para los católicos de todo el mundo, sabemos que
este año es diferente, sobre todo para los que no podemos celebrarla con parte
de nuestros seres queridos, esos hijos y nietos que tanta alegría aportan con
tan solo su presencia, pero no vamos a caer en el pesimismo, no es tan
dramático, pues los creyentes llevamos en nuestro corazón un amor tan grande
que nunca nos sentimos solos, pues
traspasa fronteras y distancias, que es lo que nos acercan a algo tan hermoso
que nadie nos puede arrebatar, que es la celebración de la Navidad, pues ÉL
se encuentra entre nosotros, dándonos su aliento para que nadie
desfallezca por la situación ante la contrariedad en la que nos encontramos por
la pandemia y, otras cosas más.
Entonces yo me atrevo a decir, NIÑO DIOS quédate con nosotros
y en agradecimiento te cantaremos un villancico para que con la flauta y
el tamboril podamos bailar, y así celebrar tu nacimiento redentor.
Niño bonito no llores más, que a mí me aflige el verte
llorar…
FELIZ
NAVIDAD.
ADIOS, 2020
¿Qué nos deparará cuando pasen estas Navidades?
Yo por lo tanto humildemente os recomiendo que
aunque de aquí para atrás estas fiestas tan entrañables y que siempre creímos eran iguales, y que
ahora estamos comprobando que estábamos equivocados, pues siempre han sucedido
cosas que quizás motivadas por la juventud las hemos obviados al carecer de
importancia, pero este año que despedimos ha sido muy diferente a todos los que
hemos vividos hasta ahora, pues el presente nos ha sumido en una soledad
inesperada, tanto que no vamos a querer recordar, ya sé que el virus ha hecho
estragos que se han unido otras situaciones adversas que han aparecido en
nuestra convivencia sin que ninguno de
nosotros lo hayamos buscado. Espero que al decirle adiós a este nefasto año no nos
falten para el próximo las ansias de amar, porque para vivir, éstas deben quedar
intactas.
Por lo tanto no nos queda otra que, pedir con todas nuestras
fuerzas, que este NIÑO que nos mira
desde su cunita, que nos libre del posible mal que nos acecha, y que
derrame su amor sobre nosotros, no sólo para salvarnos de las enfermedades si
no de los demás peligros que también pueden ser mortales.
Yo te pido en el nombre de todos los puros de corazón, que
nos des la fuerza necesaria, para que podamos estar todos unidos y, que con esta unidad, hagamos que vuelva de
nuevo las sonrisas a nuestras vidas.
Que el niño Jesús derrame su amor en nuestros corazones.
En cuanto se ve solo sale del escondrijo, mira
por la rendija de la puerta, y ve como aquella vitrina que pendía del techo y que momentos antes le había parecido sospechosa, ahora estaba siendo manipulada y, pudo contemplar cómo
bajaba para ser abierta, atónito contempla cómo el hombre que la manipulaba lo hacía con la pericia de un forzudo, dobla
el cuerpo del que parecía ser un cadáver como si se tratara de un pelele, para
meterlo sin dificultad dentro de aquella vitrina. De nuevo se dejó oír el ruido
de la cadena que era izada de nuevo,
para volver a ser colocada en su sitio.
Después de haber observado aquella maniobra Víctor vuelve a su escondite, entonces uno de aquellos hombres desaparece ante sus ojos en la
oscuridad y, el que parecía haber ganado
en aquella contienda se queda, y ve cómo saca de debajo de su gabán un cilindro, y que abriendo el cajón con una ganzúa, hace un cambio, llevándose consigo el que se
encontraba metido en el cajón.
Víctor nunca se creyó un cobarde, pero supo
que, estaba metido en algo que en su contrato le habían ocultado. Mientras ve
impotente como aquel hombre sale del despacho con total impunidad, con el
cilindro bajo el brazo, no dejándose ver la cara al ocultarla tras una
mascarilla quirúrgica, pero aquella figura a Víctor le pareció familiar.
Entonces decide esperar el momento oportuno para salir de allí, ya se empezaba
a notar movimiento en aquel palacio, Víctor decide serenarse, no podía perder
la calma, tenía que pensar en la manera de salir de allí sin ser sospechoso, en
aquella terrible espera cree volverse loco.
¿Qué es lo que estaba pasando allí?
Aquel despacho,
en un momento le pareció, que se convertía el andén de una estación de metro, donde entraba y
salía mucha gente. De nuevo aparece el guarda jurado, se acerca al cuadro que
tenía de cabecera el administrador, lo descuelga, y coge lo que parecía un
lienzo enrollado que se encontraba en el dorso del cuadro; al cogerlo, lo extiende
cuidadosamente, encima de la mesa para meterlo en un tubo que parecía de
plástico. Poco después sale tranquilamente del despacho con aquel tubo bajo el
brazo. Víctor, tenía que salir de allí cuanto antes, pues ya se oían los susurros de las mujeres de la
limpieza que empezaban su tarea diaria, sale de su escondrijo antes que una de aquellas
limpiadoras entrara, cuando baja las escaleras saluda a una de las mujeres que
limpiaba la alfombra con un aspirador, le da los buenos días, y tranquilamente se dirige a
la puerta de salida.
Cuando Víctor
llega a su modesto despacho, mira con orgullo la placa de bronce que rezaba
Detective Privado. Suena el teléfono, al otro lado una voz cálida; le dice, has
conseguido hacer bien mi encargo…El movimiento del reloj que pende de la pared,
de aquel humilde despacho, parecía haber sido manipulado, pues le pareció que
estaba falseando la hora; y metiendo la mano en el pantalón, saca aquel papel
que por descuido del administrador cayó al suelo al encontrarse metido en aquel cilindro.
Una sonrisa de satisfacción iluminó el rostro
de Víctor, mientras se decía para sí, nunca pensaste que con un detective de poca monta, es
difícil jugar al juego de las mentiras; se sienta en su sillón y balancea una
de sus piernas que indolente había puesto en el apoyabrazos del sillón, sabía que había
descubierto algo importante, aunque la silueta de aquel “hombre” en la penumbra
llevara con gran elegancia un sombrero de campana y una mascarilla quirúrgica,
sin sospechar que en un descuido había dejado
asomar levemente su melena morena y brillante; creyéndose que podía despreciar la sagacidad del detective, pero, Víctor también sonríe al pensar que ella ignoraba que la tenía
en sus manos, pues, aquella cinta del
sombrero, que él creyó ver en la oscuridad, era una de esas cintas que cierran los
papiros, y que fortuitamente había caído al
suelo justo al lado del cilindro, que,
poco después él recogió . Pues ella ignoraba que aquella cinta de su sombrero era la clave para desenmascarar, sin embargo ella no le dio a este detalle la más mínima importante, ignorando de que él tenía con esa cinta la prueba de que ella había estado allí, por lo tanto la tenía en
sus manos, sobre todo por que la delataba como ser la instigadora de aquellos robos.
Aquella mujer
que lo había contratado, quizás quiso que él fuera testigo de aquella
pantomima; aquella mujer poco después, hablando con Víctor parecía tranquila, por el tono de su voz se
creía triunfadora, porque desconocía que aquel “pobre” detective había
descubierto su trama, y la tenía atada de pies y manos.
FINAL
La noche, le estaba pareciendo mucho más corta
que de costumbre; no obstante, mira de nuevo hacia el techo, aquel nuevo
elemento que había aparecido colgado ante sus ojos, llegó a ponerlo nervioso, y si
era…entonces tuvo el impulso de encaramarse al armario de acero para poder ver más de cerca de qué se trataba y qué función desempeñaba aquella inesperada y rara vitrina. De repente
empezó a sentir un miedo que no sabía cómo dominarlo.
Ya parecían
asomarse los primeros albores del día, tenía que terminar su trabajo antes que
los cristales de las vidrieras inundaran de color aquella sala. Por su olfato
de detective, supo que se encontraba sólo, y eso le satisfizo. Sorpresivamente,
le pareció que el trabajo le estaba resultando quizás demasiado fácil; entra en
aquella habitación, que en su plano rezaba como el despacho del administrador,
la puerta se encontraba entreabierta, una vez dentro se mueve con mucha
precaución, en esta sala todo se mantenía en la más absoluta oscuridad, cuando
decide encender la linterna, se oye algo que le alarma, esto hace que tenga que buscar
un escondite a ciegas, palpando logra meterse bajo una mesa. Desde aquel
ridículo escondite, ve entrar a un guarda jurado seguido por el que supuso
podía ser el administrador, que por su aspecto desaliñado y su mal humor dedujo
le habían fastidiado algo de lo que estaba disfrutando y, que precisamente no
venía de un sitio muy recomendable.
Desde su
escondrijo, pudo oír para su sorpresa, cómo el administrador le decía al guarda
con voz cascada ¿estás seguro que no ha entrado nadie aquí?, el hombre pareció
encogerse, desapareciendo por unos instantes aquella apariencia de hombre duro
ante aquella pregunta inesperada. El administrador, cada vez más contrariado,
arremete contra el guarda jurado ¿sabías acaso, que aquí tú prioridad es
mantener este despacho fuera de cualquier ojo que no sea el mío? y, como si lo
único que le importara fuera su despacho, en dos zancadas, se planta ante un
cuadro que presidía la pared, Víctor desde su escondrijo pudo ver cuando el cuadro
fue alumbrado por la linterna que portaba el guarda, entonces fue cuando pudo observar de que aquel cuadro era una
muy mala copia del retrato del Papa Inocencio X, una sonrisa casi le hace
toser, al pensar que sí lo viera Velázquez seguro que le hubiera dado un
soponcio.
El hombre que
supuso Víctor era el administrador pulsa un botón, el cuadro se abre cómo si fuera la
hoja de un libro, mira la pared, para su sorpresa allí no había nada
parecido a ninguna caja fuerte, estaba seguro
al encontrarse demasiado cerca, pero sí pudo ver con total claridad, que lo que allí
se guardaba, eran algunos lienzos que parecían estar pegados en el dorso de
aquel cuadro, que, por cierto, de nuevo, le da la risa, ante la contemplación de aquella pintura esperpéntica,
sobre todo por encontrarse en aquel santuario de perfección y belleza. El
administrador, mientras manipula el cuadro, se afloja la bufanda que parecía
asfixiarlo
La incomodidad por la postura que había tenido que adoptar bajo la mesa, Víctor sintió un tirón en uno de los músculos de la pierna, que hizo, que al chocar el pie con la madera, ésta crujiera. Ninguno de los dos hombres oyó aquel ruido al encontrarse abstraídos en comprobar si seguían allí aquellos lienzos que desde hacía cinco meses estaban allí camuflados para, que supuestamente Victos hiciera el cambiazo en el momento oportuno, y que seguramente estaría previsto vender en el mercado negro.
Con tan sólo una ojeada, el administrador, supo, que todo se encontraba un perfecto orden, porque tras aquel horrible cuadro se escondía, una obra de verdadero arte.
Salen los dos
hombres de aquel despacho, el administrador, habla algo entre dientes, el
guarda jurado, le sigue sumiso. Víctor, no pudo oír lo que susurraron los
hombres, pero sí estaba seguro de que después de estar allí tenía que averiguar
lo que aquellos dos hombres se llevaban entre manos. Cinco minutos después y
una vez seguro de encontrarse solo sale del escondite; de nuevo se oyen pasos
que parecían acercarse al despacho, no tiene tiempo de volver a meterse bajo la
mesa, en la penumbra, descubre en una esquina una columna de mármol que
sostiene un busto de Napoleón; se pega a la pared para poder ponerse tras ella, y allí estuvo escondido casi sin respirar esperando a que aquellos pasos no
entraran en aquel despacho.
En la espera
angustiada, nota que algo se desliza por su cabeza, para segundos después,
pararse en su cuello, que le hace distraerse unos segundos, sin darse cuenta,
que los pasos que antes había escuchado, ya estaban dentro del despacho; por lo
tanto tenía que seguir inmóvil escondido tras la columna, sabía que no podía
quedarse a descubierto.
Víctor se había comprometido a sí, mismo, y
desde ese mismo instante, que tenía que desenmascarar lo que estaba pasando en
aquel palacio. Poco después, y cuando estaba a punto de salir de su escondite,
de nuevo entra el administrador, esta vez estaba sólo, en sus manos, llevaba un
cilindro o rulo de papel que parecía un manuscrito; abre uno de los cajones de
la mesa de despacho que se encontraba cerrado con llave, y precipitadamente deposita
allí aquel rollo de papel, en sus prisas ignoró que dentro de aquel cilindro
había otro más pequeño que cayó al
suelo.
Víctor cuando
estaba a punto de dar un brinco al notar en su cuello, algo que le pareció
podía ser un bicho que le andaba por la cabeza, pues notó que tenía más de dos
patas, entonces creyó que se trataba de
una araña de esas que suelen estar entre
los cajones de madera donde se guardan los lienzos que nunca son revisados por
los expertos y que esperan encerrados a que les llegue su momento de gloria.
De pronto suena el teléfono, el administrador,
lo descuelga para volver a colgar sin decir una sola palabra. Cuando el
administrador se acerca a la puerta para salir, aparece otro hombre, que lo empuja
hacia dentro, una vez los dos hombres dentro, el que fue el último en llegar, echa una
mirada circular por aquel despacho, Víctor expectante mira la escena, pero
ignora qué es lo que van a hacer aquellos hombres, pues algo raro pasaba porque ninguno de los
dos intentó pulsar el interruptor de la luz, uno de ellos encienden una
linterna que saca del bolsillo del pantalón, pero daba poca luz, no obstante sus siluetas reflejadas por
la claridad que entraba por una de las vidrieras que daban a la plaza que hizo que Víctor viera sus manejos, pues desde su escondrijo pudo apreciar cómo los dos hombres se miraban
cara, a cara, entre los dos parecía haber un odio que traspasaba los límites de
la oscuridad. En unos segundos, Víctor, dejó de percibir la silueta del
administrador, seguidamente aquella linterna se apagó, no pudiendo oír nada,
pero en un segundo un golpe seco que caía al suelo le hace sospechar lo que
allí estaba pasando.
Inmediatamente
aquel hombre sale del despacho arrastrando un cuerpo inerte que supuso era el
del administrador, pero en aquel silencio aparece un tercer hombre, entonces,
se oyó el chirrido de una cadena deslizarse por una polea.
Seguirá
Víctor hacía más de un mes que recorría la Piazza de
Navona de Venecia en Roma: Desde fuera, cada día estudiaba la
estructura de uno de los palacios que configuraban la plaza, poniendo especial
atención en el llamado Capitolino, este es un palacio barroco, que era poco
visitado por los turistas a pesar de estar declarado cómo museo.
Este palacio,
se encontraba situado en la Vía del Corso, el cual había pertenecido aún
príncipe del siglo XVII, cuyos descendientes y, aún a pesar de los años transcurridos
se encontraba en un interminable litigio con el gobierno por la potestad y
explotación de las obras de arte que allí se atesoraban y, que habían
pertenecido a los descendientes de aquel palacio.
Víctor, aquella noche había entrado en aquél palacio por un agujero inmundo, después de haber recorrido parte del subsuelo de la ciudad y pasar por malolientes alcantarillas que le hicieron dudar de aquel trabajo ante los peligros que tenía el tener que atravesar recodos traicioneros que suelen esconder fosas insondables.
Pero Víctor llegó a la hora que había previsto. Estaba
empezando a anochecer y el palacio se encontraba desierto. Después de
haber escondido en el sótano la ropa que había usado en su recorrido; se viste
con un mono de trabajo negro, minutos después llegaba al punto exacto, donde estaba previsto tenía
que encontrar las instrucciones a seguir.
Aún no había
recobrado el dominio de sus nervios; pero a pesar de todos sus temores, ya se
encontraba dentro de aquel palacio. Después de subir las escalinatas que
conducen al piso principal; intenta situarse, en aquella casi oscuridad, pues se
encontraba desorientado, las luces de emergencia no daban para mucho, pero ese detalle ya lo
había previsto; no era el momento de flaquear, tenía que mantenerse lúcido y con
grandes dosis de astucia, hasta que sus ojos fueran adaptándose a la escasa
luz. Ahora, tenía que confiar plenamente y sin dudas en el plano que
previamente había confeccionado después de ojear archivos clandestinamente por
el cual tuvo que hacer algún que otro soborno a los funcionarios que eran mal
pagados.
El palacio
como todos los del siglo XVII era complicado en lo a la arquitectura se
refiere. Una vez dentro, sigue fielmente las instrucciones del plano, que va
leyendo alumbrado con una diminuta linterna pero, para él enormemente eficaz.
Se introduce en un salón que le hizo pensar
que era de grandes dimensiones, y supuso que se encontraba en el sitio adecuado
de lo que estaba buscando. Sus ojos, al poco tiempo de encontrarse allí, se
adaptaron a la poca luz que desprendían unos pequeños ojos rojizos que
salpicaban caprichosamente el techo.
De repente,
encontró en la oscuridad y a la luz de su linterna surgidos como de un mundo
de tinieblas, ante él se encontraba un hermoso sueño, la incredulidad le hizo
dudar, no podía alejarse de su cometido por aquella belleza que tenía ante él,
aunque las paredes de ese inmenso salón, se encontrara tapizado de cuadros con
maravillosas pinturas; ilumina con
precaución con su linterna el entorno; ante sus ojos el primer cuadro que tiene ante él,
estaba firmado por Haus Memling, entusiasmado, sigue alumbrando con su
linterna, allí también había cuadros de Tiziano, Rubens, Tintoretto, Caravaggio;
Víctor tiene que coger aire, sus pulmones, se encontraban escasos de oxígeno
por la emoción, ahora empezaba a comprender el encargo que le habían hecho, pero no
debía dejarse enredar, su misión era otra, aunque tampoco cuando le hicieron el
encargo le dijeron con exactitud qué era
lo que en realidad tenía que investigar aunque ahora parecía que todo empezaba
a encajar. Ante él se encontraba los más grandes maestros de la pintura de
todos los tiempos. Aquel palacio, guardaba un gran tesoro.
Víctor,
empieza a darse cuenta de lo arriesgado que empezaba a ser todo aquello;
recorre la vista tras su linterna, y encuentra una puerta, a su lado un armario
de acero, que parecía estar estratégicamente previsto para algo concreto,
y deduce que estaba cerca la puerta por donde tenía que entrar.
Era la entrada al despacho del administrador y
cuidador de todo el palacio; antes de entrar echó una mirada de desconfianza
hacia una vitrina que colgaba del techo, esa vitrina, no estaba recogida en su plano cuando le dieron el encargo;
reacciona, no podía perder ni un segundo en cavilaciones, ya pensaría más tarde
lo que tenía que hacer al respecto con aquella vitrina.
SIGUE
Os recuerdo que se acaba de publicar mi última
novela UN AGENTE LLAMADO SCOTT, en Amazon, también si lo deseáis podéis entrar
en la página y leer la sinopsis de las dos novelas, TODO COMENZÓ EN MIELEC,
dos novelas que no te dejaran impasibles.
Son novelas
de historia, intriga y magia y, que
mejor que el regalo de un libro para
estas Navidades, que se nos presenta el tener que pasar mucho tiempo en casa.
Porque un
libro te hace soñar con entrar a un mundo inimaginable, que hace que con la lectura,
te sientas héroe o villano, os la recomiendo.
Y es de
TERESA SÁNCHEZ ROMERO.
Solo en
Amazon.
Gracias por
vuestra atención no me falléis os quiero
Siempre tuve un especial interés por Garrovillas de
Alconetar, quizás este interés me vino de cuando era pequeña, cuando un día y
por casualidad, oí decir a mi padre que
había nacido en este lugar, pero nunca se me ocurrió preguntar el motivo que tuvo la familia para que se trasladaran a vivir a la capital siendo
Garrovillas un pueblo cargado de historia.
Pero ahora entiendo el señorío que emanaba de mi
padre, pues todo aquel que lo conocía le
llamaba con respeto Señor Víctor.
Cuando más tarde supe la historia de este pueblo señorial, pues en muchas de sus fachadas se prodigan los blasones, y dónde también los Templarios
tuvieron su morada, y supe que
esta zona de Cáceres se sufrió una hambruna producida por una devastadora sequía que
afectó a todos de manera desastrosa.
Una parte de esta población tuvo que emigrar; la
familia de mi padre fue una de la que sufrió este revés, y optó por ubicarse en
la capital, quizás nunca se mencionó
este hecho por haber pasado por esta penosa situación hasta que se
adaptaran a esa nueva vida que les tocó vivir.
Y más tarde para mí sucedió algo inconcebible, pues la
casualidad me llevó a conocer la tierra de mis ancestros, pues mis hijas me
invitaron a conocer la Hospedería que había abierto sus puertas, aquel domingo
nos encaminamos a Garrovillas para pasar una velada en familia. Recuerdo que aún
no se habían realizado las reformas actuales.
Aquel día entraba por primera vez en aquella
fortaleza—palacio, yo me dirigí hacia las amplias escaleras, anchas de granito,
majestuosas, que conducen al piso noble, y recuerdo que cuando me encontraba
subiendo las escaleras, algo se encendió en mi alma, pues me resultó difícil
creer que aquel escenario me era familiar, mis hijas me observaban desde abajo,
cuando vieron mi reacción y, bajé las escaleras brincando, y yo al mirarlas vi
en sus miradas una mirada de complicidad, pues ellas habían sentido la misma
sensación que yo.
Me atrevo a contar esta parte privada de mi historia,
porque acaba de llegar a mis manos algo que para muchos puede llegar a ser insólito.
Empezaré por contar que hay intención por parte de La
Junta extremeña el restaurar el convento de San Antonio de Padua, pero aquí creo
que viene lo insólito, pues por el momento esta
restauración de una de las
maravillas arquitectónicas de nuestro querido Garrovillas, se ha suspendido,
porque según se dice, han aparecido dentro del convento “cosas raras”.
¿A qué se refieren como cosas “raras” acaso les
aterra saber que la muerte no existe,
porque no desaparecemos? Por lo tanto estos seres que se supone se encuentran
habitando estas ruinas y lugar de oración, estos SERES puede que no soporten como su hábitat, una joya valiosa que se consienta dejar morir, con ese desprecio absoluto a todo lo bello, pues esas
paredes medio derruidas, que no se olvide que aún respiran historia, una
historia que nos pertenece a todos porque es necesario saber de dónde venimos
para saber a dónde vamos.
Quizás es un rompecabezas que nos presenta la
historia, al ser como siempre estos inmuebles pactos de la especulación al
saber que se encuentran enterrados en estos lugares de culto, algunos de los
personajes que en otros tiempos dieron esplendor a estos lugares.
El misterio, a lo desconocido, no suele gozar de
credibilidad, sin embargo, no olvidemos que existen razones para creer que hay enigmas que pueden llegar a tener
visos de ser reales, aunque muchos de ellos se nos presenten enmarañados
por las nieblas del olvido.
Y yo digo que Garrovillas de Alconetar es una joya que
solo le falta quitarle el polvo para poder contemplar su pasado glorioso, y no hay que olvidar que aún tiene vida.
Alguien pronunció su nombre, Cohen, que al oír su nombre anciano
se puso a temblar, yo me acerqué para tranquilizarlo, mientras un grupo de
inquisidores pasaba junto a nosotros, miro a mi alrededor como si aquella plaza la viera por primera vez,
entonces, descubro una bella torre de estilo gótico cubierta de hiedra,
destacando en ella un impresionante matacán sostenido por nueve ménsulas, me
quedo extasiada, adornando esta edificación única en su fachada se encuentran
dos ventanas góticas arqueadas y divididas
mediante columnas o pilastrillas.
Un
gorjeo, hizo que mirara hacia el muro que se encontraba pegado a la pared de
este matacán, entonces descubrí un precioso Pavo Real que con su cola
desplegada parecía llamar la atención de su pareja, éste ave se encontraba
junto a la Torre que pertenece a la casa de los Sande, familia con linaje.
Tampoco
calculé la hora ni el tiempo que pasó desde que salí de mi casa cuando decidí pasear por
esta ciudad, solo sé que ahora mis ojos se posan en el palacio de los Golfines
de arriba, en cuya fachada se pueden apreciar dos blasones que nos cuentan que
ellos los Golfines la construyeron, y en el que se encuentra en la fachada y a nuestra derecha según miré vi que existe un blasón que pertenece a los borbones, pero el de la izquierda era de los Golfin, siendo las armas de la casa de
Cerda, descendientes de la primogénita Casa Real de Castilla.
Sigo
mirando, mi curiosidad me hace osada y mi cabeza comenzó a recordar las clases
de historia que se impartían en el colegio, y disfruté regresando a mi pasado.
Esta casa fue construida por los Cerda y los García Golfin, primero la concibieron cómo una casa fuerte que luego más tarde se amplió adosando los inmuebles de su alrededor.
Después de haber estudiado la fachada pensé y, según mi criterio deduje que era excesivamente decimonónica con aires pseudoclásista; en la pared no observé ningún arco que destacase de forma especial, pero a mí siempre me pareció que esta fortaleza guardaba un delicioso sabor medievo, porque si se mira a su alrededor se pueden ver algunos de los mejores ajimeces, que son ventanas—balcón o mirador cerrado con celosía donde sin ser vistas las damas de la casa podían asomarse, llegando a ser de esta manera, testigos desde la clandestinidad de amores imposibles, que es lo que hace al hombre ser fiero o manso.
Entonces
no quise perderme aquel entorno, miro
buscando las cuatro torres que fueron en su inicio las que protegían la
fortaleza, pero me llama poderosamente la atención, solo una, la que se encuentra en el centro del edificio, llamada del homenaje, que no todas las fortalezas suelen tener, pues ésta fue especialmente salvada de ser desmochada en virtud de una real orden
concedida por Fernando el Católico.
Desconocía
las horas que llevaba caminando, estoy cansada, me encontraba en medio de una
incipiente oscuridad, parada, y sin fuerzas para seguir, enfilo la calle de los
Condes frente al palacio de los Golfines de Arriba, un jaleo de repiques de
campanas que comenzaron a tocar me sobresaltan, pues parecían disputarse el
convento y la iglesia de San Mateos la hora que convocaba a la
oración, pero por más que miraba y escudriñaba las estrechas callejuelas, yo no
veía a ningún feligrés que acudiera a esa llamada, solo sé que me palpitaban las sienes con tanta
algarabía, que un dolor inmenso parecía taladrar mis oídos.
De
pronto vi salir del palacio de los
Golfines una señora con aspecto de gran
dama, a su lado se encontraba un hombre vestido ampulosamente, sus calzas eran
de gamuza, herreruelo de raso negro de tafetán acuchillado y capota de gorgorán,
desde luego la indumentaria me llamó la atención. Nada más salir a la calle
aquel caballero se separó de la señora, yo, noté que la señora conducía su mirada con interés hacia donde mi
vista se perdía; muy amablemente se dirigió a mí, ¿Tanto le gusta esta torre? Yo la miré un tanto
desconcertada por aquella pregunta que no esperada, que era la del despiste como tengo por costumbre cuando me encuentro contemplando algo que hacía que acaparada toda mi atención.
Mi cabeza en esos momentos, se encontraba
haciendo conjeturas de cómo, habían podido proteger de las insidias del tiempo todo aquel patrimonio, testimonio del pasado, intacto.
En
esos momentos me sentí diminuta, necesitaba desaparecer, las pisadas de dos
ancianas me hacen despertar de mí ensoñación, ante mis ojos aparecieron con
vestimenta enlutada desde el pañolo a
las colondras, parecían dirigirse a la iglesia a su paso quedaron el fragante
olor a orines, tras ellas un villano rijoso cejas muy juntas y barba facinerosa
las seguía pero sus intenciones fueron fallidas al verme a la puerta de este
palacio, en compañía de una ilustre dama.
De
pronto una voz me sobresaltó ¿Le apetecería ver la torre por dentro?
Me quedé mirándola, no podía creer que
estuviera invitándome a visitar una de las estancias de su casa, pero, no obstante,
yo la seguí y, me vi subiendo junto a ella las escalinatas que conducen hacia el piso principal, a su lado me sentía
conmocionada, mientras tanto ella daba vueltas a una sortija que llevaba en su
dedo corazón, parecía indecisa sobre algo que intentaba querer preguntarme, yo
la miraba porque no encontraba palabras para agradecerle su gesto, entonces
ella rompiendo mi mutismo me comunicó que el palacio constaba de seis patios,
todos ellos rodeados con las características columnas de las casa griegas
helenísticas y de la época greco-romana.
Las
sombras de la noche comenzaron a apoderarse de las callejuelas que parecían
túneles tenebrosos donde no hay luz que ilumine el final.
Entonces
la señora –dijo-si te parece bien vamos a entrar en la torre que tanto veo que
te ha llamado la atención, esta torre es
llamada del Homenaje (bueno creo que sabes el porqué de esa distinción) esta
torre alberga una especial capilla que muchos cacereños ignoran su existencia por hallarse en una propiedad
que aún se encuentra habitada.
Una
vez dentro de la capilla, me pareció pequeña y evocadora, no pude expresar lo
que mi corazón sintió, entonces miré hacia el techo, y descubrí que su cubierta
era una atractiva bóveda de crucería.
Poco
después y con la emoción a cuestas, me encontré de nuevo en la calle, no sin
antes despedirme de esta señora con agradecimiento, pero, al llegar al portal y
antes de que me diera cuenta la señora había desaparecido de mi vista, entonces
supe, que existe un espacio de tiempo en la vida en el cual y en un instante lo
que contemplamos se puede convertir en algo mágico, en algo que puede llegar a ser
muy especial.
La
luna comenzó a iluminar con rayos punzantes a aquel recinto que parecía
hechizado, haciendo con su fulgor que la
vida se detuviera, los animales diurnos,
empezaron a aparecer haciéndose los dueños de la noche magnificando las sombras,
distorsionando los volúmenes, impregnando en su tarea, a la ciudad, en un halo de
misterio que hace que nuestras pupilas se dilaten y nuestros sentidos se agudicen.
Entonces
supe y sin lugar a dudas de que estas casonas fortalezas, guardaban dentro de
su seno unas joyas de incalculable valor
arquitectónico, sin olvidar que en sus entrañas reposan las aguas
oscuras y tranquilas de los Aljibes que alimentaban con sus aguas a sus
moradores.
Pero
y las fachadas… mi ojos se agrandaron, este nuevo descubrimiento hizo que se
produjera en mi cabeza un terrible estallido que llegó a conmocionarme, las
fachadas de los palacios eran diferentes a cómo yo las había conocido de niña,
pues lucían colores que jamás creí existieran en esta ciudad, mi mirada parecía
enloquecer al contemplar semejante cromatismo, ante mi, cada palacio lucía en sus fachadas un color diferente, unos destacaban el color ocre, mientras otros que se
encontraban en la misma calle brillaban con blancura nívea, también se encontraba el color albero.
No salía de mí asombro entonces asomé la
cabeza a un zaguán, la verdad es que no sabía que buscaba, lo único que sabía
era que mi mente necesitaba descansar.
Poco después
entro en uno de los zaguanes y para mi asombro, descubro, que en la
pared incrustada, se encontraba un escudo policromado con las armas del dueño
de la casa.
Salgo
conmocionada, necesitaba saber si los demás palacios también tenían su propio escudo
esculpido en aquel maravilloso policromado.
¿En
qué siglo me encontraba?
Me
toco los brazos, estoy viva.
¿Dónde
se encontraba la piedra palpitante y envejecida que me hacía soñar?
Pero
una voz del pasado me dijo, debes pensar que en la época en la que viviste tu
niñez, estos palacios ya no se necesitan
cal para desinfectar las fachadas, pues ya no existe la peste: aquello ya pasó.
¿Acaso
la piedra no te parece que es mucho más elegante que la cal?
De nuevo comenzaron a sonar las campanas, yo aturdida
ante tantas ensoñaciones deambulé por
una de las muchas y estrellas callejuelas entre escudos nobiliarios y torreones
casi derruidos aún sin recuperarse de la herida de haber sido desmochados.
Me
sentía azorada, por donde pasaba en esos momentos, allí mismo, se habían compartido tantas aventuras y
desdichas que no se podían decir de que hubieran sido resueltas, pues entre
esos muros de piedra gris que oprimen
las estrechas calles, se nota, se palpa en el ambiente todos aquellos
conflictos que vivieron sus vecinos. Que sin dudas fueron descabellados, pero, que aún siguen patente esa añoranza en todo aquel que se encuentra atrapado por el
encantamiento, eso sí, si sabe saborearlo.
Un
ruido de hierro, me sobresaltó, pues con el vertiginoso giro de sus ruedas, estas
con su traqueteo parecían limar los cantos del pavimento, miré para guarecerme
en algún portal, entonces mi vista se topó con un carromato entoldado y dos
hombres forzudos sentados en el pescante, uno de ellos con la fusta pegaba sin
piedad a los caballos que subían la cuesta
sin resuello, una voz, que creí oír que salía de debajo del entoldado, que
decía a gritos, muerte a los judíos, cuando se alejaron seguían gritando como
posesos.
De
repente tengo una visión que me hace temblar, me miro y no me reconozco, mis
ropajes pertenecen a otra época que no es la mía, una señora vestida de negro
parece custodiarme, creo que me dirijo a la iglesia, pues las campanas
repicaban hasta taladrar mis tímpanos.
¿Acaso
estaba viviendo un sueño, una realidad?
Al
salir de misa y, en la misma plazoleta de San Mateos, parecía estar reunida
toda la nobleza, las damas vestían con ricas vestiduras, los caballeros
engalanados con grandes sombreros de ala ancha, la fachada de la iglesia de San
Mateos se encontraba adornada con grandes colgaduras y escudos representativos de las grandes
familias.
Entonces
en uno de mis escasos descuidos, me perdí el motivo por el cual dos nobles
caballeros se enzarzaban en una refriega cuerpo a cuerpo donde todos los allí
presentes parecían desear derrotar al
que creían eran sus enemigos. Sin dudas era una lucha por la supremacía y el poder del territorio.
No
tardé en saber el motivo de aquella algarabía, pues no era otra cosa que un
concejo que se enfrentaba a consecuencia de sus banderías nobiliarias, que eran
las provocadoras de estos graves altercados.
En
este punto me paro a reflexionar, pues lo que creí estaba viviendo me lo contó
la reina Isabel la llamada Católica, una tarde de ensoñación.
Vuelvo
a la realidad y me encuentro sentada en el poyete que remata la fachada de la
Iglesia de Santiago, situada en el extramuros siendo la más antigua de la ciudad, frente a mí el palacio de
Godoy de grandes dimensiones donde tantos cacereños vinieron al mundo, me quedo mirándolo, era tan hermoso con su balcón esquinado, tuve un sentimiento de
pena, porque el que vio en su seno nacer vidas, ahora con el mismo desapego con
que en algunas ocasiones se trata a los mayores, al parecer este palacio se
encuentra olvidado, se está dejando morir, después de haber sido uno de los
inmuebles de extramuros con más historia.
Por
esta razón y por muchas más quiero rendir mi humilde homenaje a este pasado que
sin lugar a dudas hicieron de Cáceres una ciudad que fue, es, y seguirá siendo.
Una joya de un valor incalculable para la cultura.
FINAL
No
entiendo cómo pudo pasar, pero de pronto y, sin más me vi en la Plaza de San Mateos, Que, ante mí
asombro y en mi cabeza algo hizo que aquel ambiente en el que me encontraba se fue convirtiendo en un murmullo donde pude escuchar voces de tiempos
remotos, yo, en esos momentos creí estar contemplando la actuación de un mago que se recrea en sacar
a la luz las vidas de personajes
pertenecientes a la ficción. Entonces y mientras escuchaba saqué la conclusión
de que tal vez, aquellas voces
discordantes podían ser la consecuencia de las disputas que con frecuencia solían mantener los vecinos por conseguir el dominio absoluto de este
territorio llegando a veces incluso a matarse por tan solo… pero quizás estas disputas no eran solo para que pudieran disipar sus miedos eran solo por el temor de que le pudieran arrebatar sus Mayorazgos.
De
repente tras de mí alguien me habla, pero no veo a nadie a mí alrededor, pero aquella voz
insiste, parece insistir en que obedezca, pues me decía pase Huesa merced, pero yo no podía entrar por aquella extraña puerta, ni tampoco era yo una merced, miro extrañada a mi alrededor, no conocía a nadie, pero, al mirar
de frente pude apreciar que una mujer de aspecto regio me miraba desde el fondo
de un salón de paredes enteladas y piso alfombrado que hacían confortable la
estancia, aquella dama era joven, vestía
una túnica bordada con hilos de oro, se encontraba sentada en un balancín,
mientras me hacía gestos muy expresivos y hospitalarios con la mano, diciéndome entra, una vez a su lado, con voz armoniosa me dijo, ya sé que eres un pozo sin fondo de curiosidad.
Yo me quedé sin palabras, pero entré, sin dudas algo cohibida, y cuando me encontraba a un palmo de la dama ésta me hizo una
pregunta que no supe contestar al encontrarme en esos momentos aturdida, no obstante mi intuición creía saber de quien se trataba, pero mi
raciocinio no lo admitía.
No
entiendo el por qué se ha resistido a entrar, aunque puede que imponga el saber que has entrado en mis
aposentos---yo ni me atrevía a mirarla a pesar de aquel ambiente cálido---
¿Qué
es lo que creías poder encontrar tras entre estos muros?
¿Buscabas
algo en concreto?
De
pronto se escucharon plañidos y gimoteos desgarradores que llenaron de ruido el
palacio, la dama, apretó los puños, pero su rostro se encontraba impasible, parecía sufrir mucho escuchando
aquella balumba de lloros, que sin remedio se le clavaban como garfios en su
corazón.
Y yo en esos momentos solo pude decir, quiero saber la verdadera historia.
¿Qué
es para ti la verdadera historia?
Ahora
la dama parecía disfrutar ante mí, pues yo una cacereña era en esos momentos solo era uno de sus súbditos que se encontraba ante ella
indeciso.
Aquella
gran dama, por un instante pareció que se desposeía de su grandeza al mirarme complacida, pero, no
podía disimular que poseía autoridad.
Yo
noté como si al mirarme estuviera sumida en una porfía, pues se translucía en su semblante, también me dio la impresión que su mente se encontraba inmersa en una pugna de alguien que se resiste a fracasar ante una decisión importante.
Los
lloros no cesaban.
Yo
me encontraba, aturdida.
Entonces—dije—en
uno de esos impulsos que me caracterizan.
No
entiendo el por qué tienen que ser expulsados los judíos y los moros de esta
ciudad si siempre han formado parte de esta comunidad.
La
gran dama, siguió sin alterar ni un solo
músculo de su cara, y sin apenas moverse me dijo.
¿Acaso
has creído que la historia de un pueblo se escribe con ñoñeces?
Esta
respuesta me pareció de su altura, pues estaba diciendo la verdad.
Poco
después, pareció olvidar el tema de las expulsiones.
La
dama en su mirada parecía esperar que le dijese otro motivo importante por el que me
hubiera visto inducida a encontrarme ante ella, y yo seguía manteniendo mi boca
cerrada, con mi mutismo, el rostro de la dama pareció dar muestras de
irritación, pero ésta irritación parecía
menor que su intriga. Y mirándome a los ojos –me dijo--entonces tal vez la
razón de tu presencia tenga yo que averiguarlo.
No tema, me dijo seguidamente, es mi forma de
distinguirla con mi afecto. Yo seguía en el limbo.
Mientras
ella siguió diciéndome, todo el mundo sabe que va para un mes que me encuentro en
Cáceres, bueno aquí en esta ciudad he tenido toda clase de problemas al
encontrarnos cerca de Portugal, pero esa es otra historia.
Pues debes saber que he tenido que enfrentarme y, aún a
mí pesar con los nobles residentes en esta ciudad, que por cierto, si no llego
a venir se hubieran matados unos y otros, nada, tan solo por poseer más de lo
que ya se les ha otorgado, pero yo les he dejado en calzones—dijo con una mueca
muy significativa de triunfo—ya no pueden guerrear desde sus torreones, pues he
dado orden de que las desmochen desde ahora se tendrán que mirar a la cara
cuando quieran luchar; también te comunico que acabo de terminar de bordar un
pendón que espero luzcáis en ocasiones especiales para que se sepa que estuve
aquí en Cáceres hospedada en este
palacio por sus mercedes los Golfines de abajo, desde donde he sabido como siempre imponer mi
soberanía.
Era
tan amable el tono de sus palabras que creí podía relajarme, entonces más
calmada pude apreciar que quizás fuera cierto lo que se decía de su aspecto
personal que sin duda era despreocupado pues le denunciaba su olor corporal que tenía mucho que desear; entonces
pensé en la época, y por supuesto la disculpé, después de todo era una mujer de estado no una
muñeca de salón dispuesta solo para el baile, entonces fue cuando intuí que podía llegar a ser la reina sin dudas, más poderosa de
España.
De
pronto me sentí mareada, al terminar aquella conversación no sé cómo pude bajar las escalinatas del
palacio que se encontraban tapadas con
una alfombra hecha para la ocasión, cuando llego al peristilo de ese estilo mitad
cacereño mitad romano con sus bellas columnas; traspaso la puerta enrejada que guarda el zaguán, cuando una
voz autoritaria hizo que me parara en seco, era la voz de la Reina Isabel de Castilla y
de Aragón por su matrimonio con Fernando. En esos momentos me decía con
solemnidad, haz saber a todos los cacereños que no olviden, que yo, Isabel llamada La Católica, estuve aquí para
sembrar la paz entre los nobles.
Una
vez en la calle, sin saber qué hacer, me paro a contemplar la fachada de aquel
palacio, confusa, bajo la cabeza, para inmediatamente mirar de nuevo hacia la
fachada, era la misma de siempre, pero…
¿En qué siglo me encontraba viviendo? Me froto
los ojos, no podía ser cierto.
Miro
de nuevo hacia arriba y sonrío, la verdad es que es uno de los palacios más bonitos de la cuidad, entonces posé mis
ojos en la torre cuadrada que da justo
a la esquina de la cuesta del Marques,
que conserva un enorme matacán que se encuentra
sujeto por tres ménsulas, sigo sin saber qué me estaba pasando, allí inmutable
se podía apreciar con deleite una de las mejores labores más bellas y pétreas
de bolillos que puedan rematar un edificio, en realidad se presentaba el remate de aquel palacio como una increíble crestería de estilo plateresco, que hasta ese momento
y, cuando me encontraba contemplándola embobada, descubrí que en sus encajes
se asomaban figuras de fantásticos animales como los que solían hacer
los plateros del momento.
Había
empezado a anochecer en la plaza había una escasa y claudicante luz que
avanzaban lentamente filtrándose por las estrechas calles perfilando con su
sombra los palacios de Mayoralgo, y Episcopal, entre ellos se podían apreciar
unas sombras alargadas y delgadísimas que como agujas parecían querer pinchar
la cúpula del campanario de la Con-Catedral, no sé cómo, pero de repente me
encontré sentada en el poyete que cómo zócalo remata la fachada de la Con-
Catedral.
Me
fue imposible recordar el tiempo que estuve en esta contemplación, pues no
aprecie que un anciano se había sentado a mi lado, en su tez morena destacaban
surcos cómo hendiduras, que al ser estas tan marcadas desfiguraban su cara, su aspecto
era de amargura.
Continuará
Y
así fue y, no hace muchos días entré con un grupo turístico como oyente donde
un historiador, hablaba sobre el solar del palacio del Mono, dándonos una magistral clase
de historia. El patio era diferente a lo que me había imaginado, creo que me
impresionó su pétrea austeridad, en la barandilla de las escaleras, como remate
del pasamano, se encontraba un mono encaramado y atado a un cordel, la mirada
de aquel primate me sobrecogió, más tarde supe la historia de los moradores de
aquella casa, que me hizo suponer debió ser aterradora.
Pero ese detalle lo dejo para los guías, que
saben hacer bien su trabajo.
A
la salida, de este palacio, me puse frente a él para mirar mejor la fachada,
ante mis ojos atónitos, pude apreciar unas esperpénticas gárgolas que penden
del tejado amenazadoras, agudizo la vista, y una de ellas representaba a una
mujer doliente, no me gusta, --pensé-- no deseo volver a mirar, pero como
siempre la curiosidad de nuevo me domina y descubro que, también están
representados en diferentes gárgolas un anciano y un joven, y entonces supuse
que podían ser los personajes que protagonizaron la historia que encerraba esta casona, y
supuse que tenía tintes de haber sido tétrica y oscura, tanto que se me
antojaba pudiera haber sido semejante a la de aquel primate que desde su sitio
privilegiado parecía seguir vigilando al
intruso que osara entrar en la casa y, como era de esperar presidiendo la
fachada se encuentra el escudo familiar flanqueado por dos leones.
Vuelvo
a mis vivencias, paso la calle de los Condes, que parece presidir la calle su amplia
fachada de casa fortaleza llamada palacio de los Golfines de Arriba, la dejo a
un lado, ni siquiera la miro, porque temo que
vuelva a llegar otro día tarde al colegio y la hermana portera, que la
tenía mosqueada con mis retrasos, podía llamar a mi madre para que me echase
una buena reprimenda.
Ya
soy una mujer adulta y, de nuevo me encuentro como otras tantas veces parada en
una esquina de la calle ancha, frente a mí, el palacio del Comendador de
Alcuescar, impresionante fortaleza.
Aquí voy a hacer un inciso.
Esto, que cuento, pasó cuando en uno de mis
juegos y junto con mis amigas de colegio, entramos en los palacios para
jugar al escondite, aquella tarde, nos colamos en el palacio del Comendador de
Alcuercar muy decididas, entramos, a la
izquierda del zaguán se encontraban las escaleras con su balaustrada de piedra,
encontrándonos en la casi penumbra, frente el patio señorial, que con sus
enormes macetas restaban claridad a las escaleras; pero ese detalle nos pareció
en esos momentos que era perfecto para nuestros juegos haciéndolo más
misterioso, en el fondo de las escaleras y en una de sus esquinas, se
encontraba una lustrosa armadura de tamaño natural que tapaba la cabeza con un yelmo, dando la sensación de
que no quería que le viésemos la cara;
yo que parecía ser la más osada del grupo, me puse tras la armadura para
esconderme, pero una voz como un trueno,
hizo que todas mis amigas de juegos salieran corriendo menos yo, pues una de
las cintas de mis trenzas se enganchó en algún saliente de la armadura, fue tan
fuerte el impacto que sintió mi corazón, que me quedé petrificada, pues creí
que aquel guerrero me había atrapado con garras de acero, el guarda de la casa me
liberó; no volviendo a entrar hasta que este colosal palacio se convirtió en un
elegante Parador Nacional.
Sigo
caminando, como dispongo de tiempo libre mis pasos son lentos cuando enfilo la
calle Ancha, indolente ante mis evocaciones, apoyo mi espalda en la pared bajo
la luz mortecina de un farol de esta ciudad que sin dudas para mí, sigue siendo
fascinante, y nada más apoyar mi espalda en la pétrea pared, sentí en mi
espalda un hormigueo, doy un paso hacia delante pero mi cuerpo sigue pegado a la pared, de pronto
siento que traspaso la dura piedra empezando a notar cómo en mi cabeza empezaban
a bullir algo sobre las querellas que eran propiciadas por las intrigas de los
antiguos moradores.
Seguirá
El itinerario que hacía cada día dentro del
calendario escolar hasta llegar a mi destino, era para mí como si me adentrase
en otro mundo, un mundo diferente, tanto, que a veces creía encontrarme inmersa
en un enorme museo de piedra, piedras que me hacían sentir a cada paso que daba
y, a veces, cuando mi diminuto cuerpo de niña se rozaba con algunas de las
paredes que configuran los palacios, yo
creía sentir el palpitar de la piedra, ahora lo comprendo, pues es como si mi
subconsciente hubiera creado en mí una conjunción entre las piedras y el corazón mientras las
contempla con respeto, era un sentimiento que han sido muchos los que lo han
sentido, y que sin pretenderlo ha hecho que con ese boca a boca, se forjara la historia de Cáceres, siendo de esa manera
que se pudiera escribir con tinta de oro nuestra historia.
Como
cada mañana y asida fuertemente por la mano de mi hermana Tini, a la salida de
la calle de Caleros, subíamos a toda prisa la calle Hornillos estrecha y
empinada, a veces hasta cansina, siendo el preludio de muchas más cuestas por
subir hasta llegar a nuestro destino en los aledaños de la plaza de San Mateo,
mis piernas eran ágiles como plumas de Águila, pues sabían sin que ellas fueran
consciente de que se iban a adentrar como cada día en un mundo mágico y, con
ello volver a exasperar a mi hermana al no poder seguir mi ritmo, también pasábamos como una exhalación por el arco del
Socorro, que para mí era algo peculiar—desconozco la razón-- también me llamaba especialmente la atención al pasar
por la calle Tiendas el palacio de
Carvajal, siendo uno de los muchos tesoros artístico que encierra esta especial
Recuerdo que en primavera siempre había
alguien asomado al balcón de este palacio, un balcón muy singular, que a mí se
me antojaba que un dragón le había dado un mordisco, rompiendo con su fuerte
dentadura la elegancia armónica de los muros de la edificación y, que al mismo
tiempo y sin quizás pensarlo este dragón, con su travesura quedó para la
posteridad un extraordinario balcón
esquinado.
Eran
cosas mías.
Mi
hermana cansada de que tirara de ella por aquel desigual pavimento empedrado, a
veces me dejaba ir, mientras ella se unía a otras niñas de su misma edad, yo
mientras tanto, corría hacia un ventanuco que se encontraba un lateral del
palacio de Mayoralgo-- Cuya fachada doy gracias hoy de que se encuentre
intacta-- por aquel ventanuco se podía
ver parte de los despojos de esa casa señorial donde un fatídico día y a
consecuencia de una disparatada guerra
sin sentido, lo hirió de muerte.
Mi
imaginación ante aquello que parecía un desaguisado, se desbordaba a pesar de
no haberlo vivido, pero me imaginaba que
podía haber sido una estancia donde posiblemente niños como yo jugaban cada
día; un día entré por la puerta principal que se encontraba entre-abierta y vi
qué, al igual a los demás palacios también poseía un patio de columnas y el tradicional pozo en
el centro, entonces me sorprendió que en
una de las esquinas del patio hubiera un busto que inmediatamente pensé
que se había librado de la destrucción,
quizás por encontrarse unos metros alejado de aquel desatinado bombardeo, pero
luego pensé.
¿Por qué aquel busto no tenía cabeza?
Esto
era mi hacer diario, que creo que con mi conducta indisciplinada exasperaba cada
vez más a mi hermana, que me propinaba de vez en cuando un soberbio tirón de
brazo para que la siguiera, de nuevo las dos nos encontrábamos subiendo otra
cuesta, la de la calle Manga, ya casi
sin resuello, porque aquí
nuestras prisas se atenuaban al final de la calle por estar cerca la hora de
entrada al colegio, pues aquel lugar era el más divertido del itinerario
colegial, pues había un nexo dónde los estudiantes se unían para después tomar
la deriva a cada uno de su centro
escolar, era la confluencia de cuatro calles, en las cuales se configuraba cada
día, un digamos, tumulto infantil que alegraban el lugar con su normal
algarabía, entre los colegios que se hallaban cerca de aquella esquina que eran,
Cristo Rey, Corazón de Jesús, sito en la plaza de los Pereros frente al palacio
llamado de la Generala, siguiendo de frente y, junto a la Iglesia de la Preciosa
Sangre de los Jesuitas, adosado a ella y en la cuesta de la Amargura dentro de
la Plaza de San Jorge se encontraba el Instituto de Bachillerato. Creo que
había algún que otro centro de enseñanza más, pues a las horas de entrada y
salidas que no recuerdo el nombre de
otros centros docentes.
Pero si recuerdo que era un tramo muy
divertido.
Esta
cierta afición por caminar por la parte antigua de Cáceres, surgió en mi desde
muy tierna edad, todo comenzó a suceder al parecer como algo que estaba
destinado a ser previsible, por supuesto, desconociendo por mi parte el motivo por el cual disfrutaba cada día cuando
inconscientemente me adentraba en las entrañas de algo que, sin apenas
percibirlo estaba marcando las pautas que más tarde perfilarían mi forma de ser
y pensar.
Será
mejor que descubra ante vosotros estas vivencias que dejaron mella en mí:
Cuando
un día ya adulta me encontraba paseando por mi querida Ciudad Monumental, era…
recuerdo, uno de esos tranquilos atardeceres de otoño, un otoño melancólico, que yo me
encontraba pisando con devoción esos cantos rodados de las calles encajonadas
de esta parte de mi Cáceres mágico. Como siempre suele suceder en este entorno.
En esos momentos me encontraba justo cuando el sol comenzaba a ocultarse, y mi
imaginación pudo adivinar cómo entre las torres desmochadas el sol al ir
desapareciendo iba dejando con su estela mortecina un camino lleno de misterio
hasta desaparecer por el horizonte.
Yo,
al contemplar este adagio natural, fue para mí como si de un rito se tratara,
pues sabía que el sol cedía paso a la luna.
En
esa contemplación de pronto sentí en mí cómo percibía y al mismo tiempo
aceptaba ese ejercicio natural, y a esa hora, parecía ser obligatorio y propicio que el ambiente
penetrase en mis sentidos, haciéndome sentir algo especial al comprobar que de
la nada pudiera surgir la magia.
Pero antes que la oscuridad truncara mi paseo,
un hechizo me poseyó, y entonces me vi amparada bajo la débil luz de un farol de esquina, mis piernas parecían negarse a
seguir caminando y, me quedé varada bajo la misteriosa luz tintineante, no sé
cómo pudo suceder pero apoyada en aquella esquina me vi contemplando extasiada
la más alta torre que se encuentra en aquel entorno, la cual domina como una
diosa el hermoso recinto de la plazuela de San Mateo, que, no es casualidad que
no se encuentre desmochada.
Pues ante mis ojos la vi erguida, erguida como una cigüeña
desafiando al abismo-de ahí su nombre—y desde mi perspectiva vi que parecía
encararse a la tímida luna que osaba posarse en sus almenas.
Que
ante este contraste de piedra y luna, mis ojos se agrandaron al notar como algo
parecido a un hechizo se apoderaba de aquella mole que lucía triunfante ante
los avatares sufridos, mientras ella y ante de una y belleza atemporal se
mantiene imperturbable con el paso de los siglos.
Entonces, ante esta contemplación fue cuando
comencé a evocar aquello que viví de niña y, que sin dudas fue el despertar de
mi imaginación aún prematura; pues debía contar tal vez…siete años, quizás
nueve; y vinieron a mi memoria que por aquel entonces tenía por costumbre
correr por estas mágicas callejuelas, a veces en mis carreras desenfrenadas,
que eran tan alocadas daba la sensación a cualquiera que me hubiera visto de que
hubiera visto algo fuera de lo cotidiano.
Más tarde supe, que todo en la vida tiene su
por qué.
Y
en mi inocencia, hasta más tarde no supe que tuve una revelación que me dijo,
que no me sintiera preocupada por los sentimientos que me invadían, pues desde
siempre y, al no ser consciente de ello, había sido atrapada por ese encanto
especial que solo ellos, aquellos que estuvieron antes que yo, supieron quedarnos
con su impronta el testimonio de que estuvieron aquí, y que ellos fueron los
que nos enseñaron a vivir en armonía entre estas murallas hechas de barro y
paja donde habitaron nada menos entre esos muros tres civilizaciones, que al
echar sus raíces aquí y, al formar parte activa de esta ciudad, nos quedaron
como testimonio estas calles, estas
casas, que son la esencia de esa
idiosincrasia que nada más entrar
en ellas notas cómo te sugestiona, haciendo sin proponértelo que sientas una
presencia incorpórea latente que al mismo tiempo embarga el aire que se respira y que te hace sentir como la sangre comienza a licuarse
hasta llegar a fluir con generosidad por las venas; en ese instante, es cuando
sientes el abrazo y la entrega de unas vivencias, que aunque pasadas, no puedes llegar a comprender de donde viene esa
reacción que nos ha propiciado con tan
sólo pisar una de esos zaguanes.
Más
tarde y mientras camino con paso lento por las calles siento como si un hechizo me
poseyera como una especie de nirvana que hace entregarte sin ataduras al
encanto del entorno sin llegar a
entender tu propia reacción.
Es un mundo que se presenta ante el paseante
de forma quizás incomprensible; pero cuando ves que ha pasado el delirio del
momento, viene la comprensión, que es sencillamente dejar que la
imaginación vuele y entonces todo el entorno se nos presenta como algo fuera de
lo cotidiano, y sientes cómo te abandonas dando pábulo a que tú imaginación se desborde
como si de un río caudaloso se tratara derramando todas tus fantasías.
Cuando de nuevo vuelvo a la realidad, entonces, sin querer pienso que he sido transportada a un mundo que fue real, pues nada más tocar
las piedras, éstas te transmiten esas vivencias que dominadas por impulsos
naturales, incomprensiblemente te dicen que aquellos primitivos moradores que
siguen ahí mirándonos, contemplándonos.
Cada
día y, en mi etapa de niña, a la salida del colegio Carmelitas sito en la calle
Olmos y, encontrándose este inmueble integrado en el conjunto monumental; una
vez terminadas las clases, yo como siempre me escaqueaba de la autoridad de mi
hermana para dedicarme a husmear los patios de los palacios que encontraba a mi
paso que, por aquel entonces se hallaban muchos de ellos habitados.
Esos
palacios con sus columnas y patios peristilos y donde en algunos de ellos se perfila un estilo de adornos y alegorías moriscas y romanas, siendo para aquel que lo
visita una inyección de historia salpicada de señorío.